El miércoles 12 de octubre, festividad del Pilar, las calles de Sitges estaban abarrotadas, al igual que los cines del festival. Ya, a las 8,30 de la mañana, el Auditorio del Hotel Meliá estaba lleno de un público expectante por conocer Livide, la nueva película de los franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury, los mismos que en el 2007 presentaron en el certamen A l’Interieur, un pastel de sangre incoherente e indigesto. Livide pretende homenajear al cine de terror en general, sobre todo al terror más gótico. Parte del intento de tres jóvenes por robar un posible tesoro escondido en una vieja mansión en la que su anciana propietaria yace enferma en su alcoba; una anciana que, en tiempos, había sido profesora de ballet en la escuela que regentaba en el mismo edificio. Hasta aquí, todo funciona bastante bien. Sin mucho sentido, el tándem Bustillo & Maury abre un peculiar cajón de sastre en el que se acumulan todos los típicos, tópicos e iconos del género (Alicia En El País de las Maravillas incluida) y, sin lógica alguna, sueltan su contenido al aire para, tal y como caen sus enseres al suelo, rematar el resto de metraje sin orden ni concierto. Y es que ese par de amigotes deben suponer que, tratándose de cine fantástico, todo vale en el género, olvidando que cualquier producto que se precie, por muy desmadrado que sea, ha de poseer una mínima lógica interna a la hora de construir su guión. Pues nada: magia, brujería, vampirismo y alucinaciones varias se acumulan en una historia sin sentido en la que lo único destacable es su cuidado diseño de producción, premiado de forma razonable por el jurado oficial de esta edición.
Extraterrestre, la nueva película de Nacho Vigalondo tras la (para mí) decepcionante Los Cronocrímenes, enmendó totalmente la mañana. Muy al contrario que su ópera prima, ésta se muestra una cinta fresca, divertida y dotada de gags y diálogos inteligentes. Rodada con un presupuesto mínimo y en muy pocos escenarios, narra las relaciones de cuatro personajes que, ante una invasión alienígena en España, deciden quedarse escondidos en el domicilio de uno de ellos, el de una joven que dará cobijo a su compañero habitual, a un novio accidental con el que pasó la noche anterior a la llegada de los marcianos y a un vecino plasta enamorado en secreto de ella. La química que se desprende entre sus actores es uno de los ingredientes esenciales para que la fórmula funcione. Añádanle el toque surrealista de que en todo el metraje, aparte de visionar una única nave alienígena posada sobre el cielo, no se vea ni a un puto alien por las calles de una ciudad vacía. Un film ingenioso, capaz de acercarse a la ciencia-ficción más clásica desde un punto de vista distinto e innovador y contando con un grupo de brillantes intérpretes de entre los que destacaría a un contenido Julián Villagrán, a un imparable Carlos Areces y a una sorprendente Michelle Jenner. Una marcianada cachonda a ritmo de conspiranoias e historias de amor (de las posibles y de las imposibles). Personalmente, la disfruté como un enano.
Tras haber presentado la angustiante El Rey de la Montaña en el 2007, el madrileño Gonzalo López-Gallego regresa a Sitges con Apollo 18, un film rodado íntegramente en los EE.UU. y que, a modo de falso documental (y ya van tres por ahora), plantea la hipótesis de un accidentado viaje a la luna en 1972 cuyos resultados finales nunca fueron dados a conocer a la opinión pública, hasta que por fin se pudo acceder a las imágenes que del mismo atesoraban celosamente en la NASA. Iniciada siguiendo las claves del documental, la propuesta resulta interesante hasta que a López-Gallego se le olvida del juego sugerido y, aunque conservando el look de documental, cambia de tercio y entra en un crescendo melodramático más cercano al del cine de ficción que al de una crónica informativa, utilizando efectos de sonido e incluso una banda sonora musical acorde con la tensión que va acumulando la historia. Influenciado claramente por el Alien de Scott, se trata de un trabajo bienintencionado que termina desmoronándose debido a su truculencia narrativa.
Hasta aquí la séptima jornada. Mañana un poco más.
Por cierto, para ser totalmente sincero me olvidaba de un nimio detalle. Dos horas después de Extraterrestre, entré a un visionado de Carré Blanc, una coproducción europea dirigida por un tal Jean-Baptiste Léonetti sobre la deshumanización de la sociedad. Al cuarto de hora de proyección, su lento ritmo narrativo y sus pocas líneas de diálogo me llevaron a un profundo y dulce sueño que me transportó hasta lugares más apacibles. Creo que no fui el único en roncar en la amplia sala que conforma el Auditorio. Que la juzgue otro (que estuviera despierto) por mí. A lo mejor es buena y yo sin saberlo.
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