Sitges 2011 terminó ayer. Diez días agitados, llenos de proyecciones, fuera de casa y con el portátil escacharrado. Los premios, bastante justos en general, los pueden consultar en este link. Ahora, si me permiten, durante este y próximos posts, les iré informando de cuanto he visto a lo largo de un certamen que ha tenido un poco de todo: una especie de montaña rusa cinematográfica, con títulos brillantes y otros que, por lo que a mí respecta, guardaré en el olvido más absoluto de mi memoria. Pues nada, que reemprendo la información que dejé colgada en la tercera jornada.
El pasado sábado día 8, en sesión golfa, pude asistir al pase de Sudor Frío, una inmensa tontería de producción argentina dirigida por un tal Adrián García Bogliano. La cinta narra los avatares de un grupo de amigos que son atrapados en una vieja casona habitada por un par de ex miembros de la extinta Triple A, dos vejestorios perversos (uno de ellos incluso anda ayudado de un taca-taca) que se dedican a torturar a cuantos jóvenes secuestran con la ayuda de explosivos y ácidos corrosivos. Una locura sin pies ni cabeza, filmada con poquísimos medios, que intenta mezclar sin gancho alguno la comedia negra (o, mejor dicho, macabra) con el terror. Una pérdida de tiempo que sólo me sirvió para perder unas apreciadas horas de sueño.
El domingo 9 de octubre fue una jornada para mí casi en blanco. Cuestiones personales me obligaron a subir a Barcelona, con lo cual no pude ver ninguno de los títulos que se proyectaron en el certamen. De todos modos, por la noche, ya instalado en el lugar, asistí a un pase de Hell, una decepcionante cinta alemana que significa el debut como director de Tim Fehlbaum. Una más sobre el fin del mundo que, en este caso, se ve marcada por la escasez de agua en el planeta y que se inicia, al igual que otras de tema apocalíptico, como una road movie en la que tres amigos deciden escapar a las montañas en busca del preciado fluido. El problema es que, a media película, al tal Fehlbaum se le va la bola y cambia totalmente de tercio. Se olvida por completo de la falta de agua y entra de lleno en una especie de Matanza de Texas cuando sus protagonistas caen en manos de una familia de granjeros que practican el canibalismo. Un fiasco disperso, filmado a ritmo de video-clip, cuya única virtud reside en la de saber copiar a la perfección el trabajo de los demás. Eso sí: la fotografía, quemada por el sol y merecidamente premiada en el Palmarés de este año, está muy maja.
The Yellow Sea, un contundente thriller de factura coreana, despertó a todo el personal el lunes por la mañana. Dirigida por Na Hong-jin, el mismo de la estimulante The Chaser, narra la historia de un taxista chino que, en busca de dinero para pagar sus deudas de juego, acepta cruzar la frontera con Corea del Sur para cometer allí un asesinato. Una estupenda primera hora, con sorpresa incluida durante la escena del crimen, da paso a un film de acción visceral, filmado de modo vibrante (a veces, excesivamente vibrante), muy a lo coreano: o sea, hachazos a diestro y siniestro, tiroteos múltiples y persecuciones automovilísticas de alto nivel. Todo un entretenimiento que, sin embargo, no queda a la altura de la citada The Chaser.
Bellflower significó la pedantilla e insoportable nota a lo Sundance del festival. Ópera prima del norteamericano Evan Glodell, tiene como protagonistas a una pareja de amigos unidos por el afán de construir un automóvil a imagen y semejanza del usado por Mel Gibson en Mad Max; una amistad que, en parte, se verá truncada cuando uno de los dos encuentre al amor de su vida. Una historia anodina, en donde el “fantástico” brilla por su ausencia (a no ser por las breves referencias al cine apocalíptico) y cuya resolución final (¿o tendría que hablar de resoluciones?) resulta casi imposible de entender. Curiosa la cara de pasmarote con la que quedamos la mayoría de asistentes al pase.
Si no quieres caldo, dos tazas. Primero fue Bellflower la que nos descolocó y luego le tocó el turno a la brasileña Trabalhar Cansa, un producto que llegaba al festival precedido de la buena prensa que obtuvo en Cannes (en definitiva, un mal augurio) y que, a modo de sátira social, entraba de lleno en la vida de una familia cuya mujer, para paliar el estado de desempleo de su marido, decide abrir un supermercado que tan sólo le acarreará más quebraderos de cabeza. Dotada de un leve (¡levísimo!) toque fantástico, la cinta navega entre la comedia surrealista y el melodrama con apuntes críticos, sin centrarse en ninguno de los dos campos. Una tomadura de pelo que consiguió que siguiéramos conservando la misma cara de pasmarote. Trabajar cansa, es cierto... pero aún cansa más asistir a una proyección de Trabalhar Cansa.
The Moth Diaries, el nuevo film de la directora de American Psycho, Mary Harron, está ambientado en el seno de un internado femenino en donde una de sus alumnas, marcada por el suicidio de su padre, empezará a sospechar la posibilidad de que una de las nuevas compañeras de la escuela sea un vampiro. ¿Realidad o simplemente los delirios de una mente enferma? Llena de referencias al Drácula de Bram Stoker, aunque incapaz de respetar las normas imperantes en el género vampírico, se trata de un producto de correctísima factura visual, lleno de truculencias e irregularidades en su guión. Una película fallida, tramposa y previsible que, sin embargo y debido al morbo de algunas de las situaciones planteadas, rompió un tanto con el amuermamiento general provocado por los dos títulos anteriores. Lástima que la teórica vampira resulte de lo más feucha.
En próximos e inminentes posts les seguiré informando sobre lo que ha sido este Sitges 2011. Permanezcan atentos a sus pantallas y no me cambien de canal.
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