10.1.11

Recapitulando (y II): Lo más peor del 2010

Con un retraso bastante considerable, llegan las 10 peores del 2010. Del 10 al 1. O lo que es lo mismo, de mal en peor.

10.- Origen. Christopher Nolan, a través de una historia de ladrones, sueños y realidad, pretende revolucionar la narrativa en el cine. De difícil (por no decir imposible) lectura, Origen destila tanta pedantería que se me hace insoportable. Nunca me había imaginado que un director, para que el público capte mínimamente la esencia de su película, tenga que contar lo que sucede en pantalla a cada nueva escena que propone. A pesar del apabullador despliegue de efectos especiales, de sus numerosas escenas de acción y de sus ínfulas intelectualoides, el vacío de la propuesta se me antoja total. Un film que abre nuevas vías a lo que se podría denominar el blockbuster gafapastero. O sea, en cuatro días, película de culto.

9.- Los Ojos de Julia. Un thriller a la española que, dirigido por Guillem Morales, sitúa a Belén Rueda en medio de una intriga en la que se mezclan suicidios injustificados, posibles crímenes y enfermedades oculares degenerativas. Lo único destacable del film es el buen trabajo de la actriz (convertida ya en musa del fantástico nacional). Su guión, lleno de despropósitos y de personajes innecesarios, patina por todas partes, mostrándose incapaz de darle un mínimo de credibilidad a una historia que va difuminándose por momentos. Por mucho que se esfuerce en acercarse a la maestría de Sola en la Oscuridad, la ceguera de Julia queda a años luz de la de Audrey Hepburn.

8.- Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (1ª parte). Cada nuevo capítulo de Harry Potter me parece más patético que el anterior. El niño mago y depresivo sigue empeñado en destruir a Voldemort, mientras las fuerzas del mal intentan acabar con él. Dos horas y media en las que, aparte de sus efectos especiales, no ocurre nada de nada. El aburrimiento está servido. Los personajes han perdido cualquier mínimo atisbo de su entidad, mientras que la historia ya no hay por donde pillarla. Al menos, en esta ocasión, cambian de escenarios y se olvidan de la escuela de Hogwarts: un intento fallido, aunque bienintencionado, de oxigenación. Espero que, en la segunda parte de esta última entrega, nos enchufen un prólogo, a modo de recordatorio, para poder hilvanar mejor el cansino festival de nombres y rostros que se han ido aglutinando a lo largo de la serie.

7.- Canino. Otra película con posibilidades de convertirse en título de culto. O sea, otra tomadura de pelo gigantesca. De nacionalidad griega, Canino indaga en las relaciones de una familia nada convencional, cuyos padres han decidido criar a sus tres retoños alejándolos de cualquier influencia externa y encerrándolos, durante toda su vida, en una mansión alejada del núcleo urbano más próximo. Su premisa inicial resulta sorprendente e incluso prometedora, pero su extraña puesta en escena (inundada de planos cortados, estrambóticos y rocambolescos) y su minimalista guión, hacen de este un trabajo tan pedante como insoportable. Toda una oda al aburrimiento y a la lentitud más enervante, al igual que sucedía en el cine denominado de arte y ensayo allá por los 60 y 70.

6.- Alicia en el País de las Maravillas. Una visión totalmente libre de la obra de Lewis Carroll ya que, de ella, Tim Burton sólo pilla su espíritu y sus personajes y, a partir de la presentación de los mismos, se va por los cerros de Úbeda. No sabe sacarle provecho a la conversión de Alicia en una adolescente y, en su nuevo viaje al País de las Maravillas, se encalla y se muestra incapaz de llevar al film a buen puerto. Lo que podría haber sido una inquietante incursión en el libro de Carroll, (y más teniendo en cuenta la imaginería gótica de su realizador), acaba decantándose hacia un poco esforzado festival de efectos especiales en función del 3D. El argumento es lo de menos. Lo único que importa es que el espectador, virtualmente hablando y pagando un buen pastón por ello, se trague alguna que otra mariposa. En su osadía por epatar, Burton logra incluso que el mítico personaje del Sombrerero (enervante Johnny Depp) se desmarque con unos descabellados pasos de breakdance. En esta ocasión, el particular universo del director se ha situado bajo mínimos.

5.- La Cinta Blanca. A mi parecer, y a pesar de los múltiples halagos críticos y públicos, la película de Michael Haneke no es más que un interminable peñazo de muchísimo cuidado. Dos horas y media del Haneke más colgado; de ese Haneke que es capaz de aguantar decenas de inamovibles planos innecesarios, filmados con cámara fija, en silencio y sin que suceda absolutamente nada en pantalla. Una pura exhibición de petulancia cinematográfica que, para lo único que sirve, es para destrozar las muy buenas intenciones de la historia que propone. Mucho preciosismo para tan poca sustancia. Con una horita menos de metraje, la cosa hubiera sido más digerible.

4.- The Tourist. En los últimos días del 2010 nos llegó el nuevo film del alemán Florian Henckel von Donnersmarck, una producción norteamericana tras la que se esconde un pésimo remake de la muy agradable El Secreto de Anthony Zimmer, una comedia de espionaje, llena de confusiones de identidad y con un claro regusto por la obra de Alfred Hitchcock. Del film francés original sólo se queda con la idea principal, se olvida del sabroso toque hitchconiano, cambia el escenario de la ciudad de Niza por el de Venecia y se rodea de dos de las más taquilleras estrellas del Hollywood actual, Johnny Depp y Angelina Jolie. Ambos están a fatal (a cual peor), su toque de comedia es de lo más simplón y la historia -dotada de un rocambolesco y patético guión- resulta del todo incomprensible. Una buena muestra de lo innecesarios y ridículos que resultan la mayoría de remakes. Parece increíble que su realizador sea el mismo que el de la aclamada La Vida de los Otros. Ver para creer.

3.- Copia Certificada. Otra en plan arte y ensayo. El iraní Abbas Kiarostami se lo monta de cultureta y, al más puro estilo del Rossellini de Te Querré Siempre, se instala en un idílico pueblecito italiano y castiga a las plateas con una historia de (des)amor en la que dos personajes, un escritor inglés y una galerista gabacha, se embarcan en una particular farsa teatral al fingir ser un matrimonio en plena crisis sentimental. De diálogos imposibles y plagada de situaciones aún más imposibles, la cinta avanza por derroteros de lo más cansino. La petulancia del Kiarostami no tiene límites, pero la paciencia del espectador sí. La Binoche cada día apunta peor sus proyectos: toda una moderniqui.

2.- Precious. La desgracia siempre vende, aunque sea de color negro. Y aún más si la desgracia posee el envoltorio típico de un telefilm de sobremesa: todo mascado y bien digerido. Ideal para consumo rápido; el sumum para el espectador menos exigente. Negra, negrísima; gorda, gordísima; fea, feísima: de aspecto simiesco, menor de edad y embarazada, por segunda vez, de su propio padre. A su primer hijo, deficiente mental, le llama cariñosamente Mongo. Los ingredientes para la construcción del personaje principal no pueden ser más exagerados. La trama de Precious, más que una historia bien hilvanada, se trata de un extenso catálogo de tópicos, amontonados uno sobre el otro sin orden ni concierto. Y de postre, para paliar los numerosos contratiempos que se desploman sobre la chica protagonista, una de moralina que tumba de espaldas: séame usted feliz con su vida de mierda porque, cuando esté a punto de darse el último batacazo, saldrá del bache en el que ha caído... aunque seguirá siendo gorda y fea, se la habrán metido por todos los agujeros de su cuerpo y su salud ya colgará de un delgadísimo hilo. No hay vergüenza.

1.- Uncle Boonmee Recuerda sus Vidas Pasadas. Un tremendo palo para el espectador es la cinta que supuso la Palma de Oro del último festival de Cannes, una película cargada de alegorías sobre la vida y la muerte y con la presencia de un moribundo al que visitan algunos familiares, entre ellos un hombre mono y una mujer fantasma. Diálogos profundos, llenos de segundas y terceras lecturas; silencios interminables; lenta hasta la irritabilidad: todo un poema, vaya, de los de mear y no echar gota. Casi imposible de soportar, sin alterarse, más de media hora seguida de proyección. Personalmente, me mantuve intacto (aunque extremadamente inquieto) hasta el minuto 50. Y entonces, el tío Boonmee me pilló desprevenido y me derribó de un derechazo por KO. ¡Más de dos horas que dura la bromita! Se me ponen los pelos de punta cuando la crítica oficial y sesuda destaca este film del tailandés Apichatpong Weerasethakul como uno de los mejores trabajos del año. Ciertamente, hay que tener tragaderas.

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