Un salero es un teléfono. El mar es un butacón. Una autopista es un tipo de viento. Un zombi es una florecilla... O eso, a ciencia cierta, eso es lo que interpretan los tres hijos (dos chicas y un chico), ya mayorcitos, de un extraño matrimonio que, años ha, decidió criar a sus retoños fuera de cualquier influencia externa. Encerrados, durante toda su vida, en una solitaria mansión rodeada de una gigantesca valla y alejados del núcleo urbano más próximo, los tres hijos entenderán la vida con una filosofía totalmente distinta a la del resto de los mortales.
Es innegable que la premisa de la cual parte Canino resulta, sobre el papel, mínimamente sorprendente. Dejando a un lado su posible paralelismo con la también discutible El Bosque de Shyamalan (al menos, en lo que a aislamiento y a tergiversación de la realidad se refiere), lo que propone Giorgios Lanthimos parece gracioso y prometedor, amén de grotesco. Pero nada más lejos de lo esperado, ya que su puesta en escena (inundada de planos cortados, estrambóticos y rocambolescos) y su minimalista guión, hacen de este un trabajo tan pedante como insoportable.
El tal Lanthimos mezcla la comedia (surrealista) con el melodrama, sin énfasis y con ningún tipo de convicción. La aberración que propone no motiva en absoluto y su insólita premisa inicial se convierte en una pedantería sin parangón llena de situaciones cansinas y repetitivas. No busquen muchas explicaciones a los hechos que plasma. Canino no busca más que rizar el rizo para poner a tono al gafapastismo cinéfilo de turno y, al mismo tiempo, provocar descaradamente a los más reaccionarios a través del modo en que se acerca a las relaciones sexuales de algunos (y entre algunos) de los integrantes de la familia protagonista. El resto es de una insolencia narrativa que tumba de espaldas; toda una oda al aburrimiento y a la lentitud más enervante. Igual que sucedía en el cine denominado de arte y ensayo allá por los 60 y 70... Y es que estos griegos están mal, muy mal.
Eso sí: a pesar de los pesares (que son muchos y abigarrados) he de confesar que tiene su gracia el que los padres eduquen a sus hijos en la creencia de que Frank Sinatra es el abuelo de la familia. Siempre hay algo salvable en un peñazo de esta guisa.
Si es usted amante de los riesgos extremos, acérquese al film. Pero que conste que está avisado. Después no me venga con reclamaciones.
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