24.5.10

Bipolaridad

James Gray deja de lado sus thrillers habituales (La Otra Cara del Crimen, La Noche Es Nuestra) y entra a saco en un melodrama de tintes sentimentales y autodestructivos, Two Lovers, una cinta sencilla (pero cerebral) con un buen número de guiños al cine de Alfred Hitchcock, siendo Vértigo y La Ventana Indiscreta sus dos referencias más claras. Al mismo tiempo, Two Lovers significa el último trabajo de un espléndido Joaquin Phoenix antes de salirse por los cerros de Úbeda y retirarse del mundo de la interpretación. Gwyneth Paltrow y Vinessa Shaw le secundan en una historia a dos bandas. Tan hitchconiano resulta el producto que incluso, entre sus secundarios y en el rol de la madre de Phoenix, cuanta con la presencia de una envejecida Isabella Rossellini, hija de Ingrid Bergman, una de las musas indiscutibles de don Alfredo.

La bipolaridad del personaje de Phoenix, Leonard Kraditor, marca todo cuanto acontece en la película de Gray. Una morena y una rubia son las chicas que se cruzarán en la vida sentimental de Leonard, un joven bipolar con varios intentos de suicidio en su haber quien, tras verse abandonado por el amor de su vida, buscará refugio al lado de sus padres al regresar al domicilio de éstos. Allí tendrá que elegir entre dos opciones distintas para compartir el resto de su vida en pareja. O bien el amor de una mujer hogareña que al mismo tiempo satisface a sus familiares más íntimos, o bien el de una joven vecina que acapara, en su personalidad, todos los tópicos de la femme fatal del cine negro de toda la vida. La primera es Sandra, la morena (Vinessa Shaw), y la segunda Michelle, la rubia, una excepcional Gwyneth Paltrow totalmente alejada de sus roles usuales.

La curiosidad de Two Lovers radica en que, sin tratarse de un thriller al uso ni de un film de suspense, se apropia de la mayor parte de elementos del género para desvelar la intriga de saber por cual de esas dos mujeres se decantará el protagonista. Con tales componentes, Gray desarrolla una película cuyo mayor acierto se encuentra en su poder descriptivo. El delicado modo de acercarse a la familia y aledaños de Leonard o la particular manera de retratar la ciudad de Nueva York, son un buen ejemplo de ello. Tanto es así que, sin ir más lejos, consigue trasladar al espectador al mismísimo epicentro neoyorquino de Desayuno Con Diamantes cuando, a través de la cámara y de su banda sonora, hace un recorrido por las calles nocturnas de la ciudad antes de la cena en un restaurante de lujo entre Leonard, Michelle y el amante de ésta (un enigmático Elias Koteas).

Si esta delicada cinta peca de algún defecto es la lentitud abusiva con la que el realizador afronta la mayoría de sus pasajes. Su pesaroso tiempo narrativo, a buen seguro, es el culpable de que se convierta en uno de esos brillantes títulos que uno de no descubre en su totalidad hasta unas cuantas horas después de haberlos digerido. A saber porqué motivo ha tardado más de dos años en llegar a las pantallas españolas.

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