La destructuración de una familia unida, pero al límite, y con el crimen como principal fuente de ingresos. Una madre dominante, un hijo de lo más perverso y el nieto de la primera insertado accidentalmente en pleno clan como pieza desestabilizadora. El enemigo no solo está en el exterior del hogar de los Cody.
En el film de Michöd, la línea entre el Bien y el Mal es de lo más difusa. Polis y ladrones; ladrones y polis: el orden de los factores no altera el producto. Cada uno juega su rol, utilizando las cartas que les brinda el Diablo a su libre albedrío. Decantarse a un lado u a otro de la línea es muy jodido... y más si a ambos lados se suelen cocer habas.
De violencia seca y concisa, de aquella de aquí te pillo aquí te mato, Animal Kingdom basa la mayor parte de su fuerza en el personaje de Janine Cody, una madre visceral capaz de lucir también sus malas artes cuando ejerce de abuela y que, en el fondo, se alza como la sustituta natural de mujeres dotadas de muy mala saña, como la ‘Ma’ Kate Barker (vibrante Shelley Winters) de Mamá Sangrienta o la Gladis Ma' Grissom (Irene Dailey) de La Banda de los Grissom. Atención, en este aspecto, al compacto trabajo interpretativo de Jacki Waever, una actriz capaz de imprimirle un aplomo a prueba de balas al personaje de Ma’ Cody, una arpía de mucho cuidado.
Una propuesta interesante que, sin embargo y a pesar de su buen guión y de una realización precisa y efectiva (sorprendente la sequedad impactante del primer asesinato), la película no acaba de cuajar al cien por cien. La idea tiene cuerpo, igual que su puesta en escena, alejada de artificios innecesarios. El problema es que, en general, no ofrece nada nuevo al género. Pero, como aperitivo ofrecido por un cineasta de nueva hornada, resulta de lo más tentador y prometedor.
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