20.2.07

Ustedes lo han querido: TE QUERRÉ SIEMPRE (Viaggio in Italia)

1954 fue el año en que se estrenó Te Querré Siempre, más conocida entre los cinéfilos más recalcitrantes por su título original, Viaggio in Italia. De hecho, y de manera bastante inexplicable, Roberto Rossellini, con este film, revolucionó a los gafapastas de la época quienes, en aquellos años, estaban claramente representados por los críticos que colaboraban en Cahiers du Cinéma, la revista gurú de la cual salieron algunos de los realizadores más prestigiosos de la temible nouvelle vague.

Jacques Rivette, el culpable –entre otros ladrillazos- de La Bella Mentirosa, poco tiempo después del estreno de la película de Rossellini, llegó a decir incluso que “con la aparición de Te Querré Siempre, todas las películas han envejecido de golpe diez años”. Y, no contento con tal afirmación, aún se atrevió con más comentarios a cuál más petulante, aseverando, entre otras cosas que “me parece imposible ver Te querré siempre sin tener enfrente la prueba de que este film abre nuevos modos de expresión, y de que todo cine debe pasar por ellos bajo pena de muerte”. Así, tal cual, ni más ni menos. A lo bruto. Son cosas que se dicen cuando uno ya ha perdido el límite de su pedantería o se ha tomado unas copas de más. La cuestión es que Rivette quiso seguir las puertas abiertas por Rossellini y así le fue.

Te Querré Siempre es, llana y simplemente, un aburrimiento de mucho cuidado. Una película que brilla más por su falta de inspiración que por esa inexistente brecha narrativa y expresiva que algunos aseguran que abrió. Según cuentan, en un principio, Roberto Rossellini quería adaptar una novela de la que, finalmente, no pudo obtener los derechos. Como todo el equipo artístico y técnico ya estaba instalado en la ciudad de Nápoles y alrededores (lugares en los que tenía que transcurrir la cinta inicial), decidió optar por lo mismo que 12 años antes había hecho Michael Curtiz con su estimable Casablanca. O sea, rodar día a día, sin ningún guión previo y de manera un tanto improvisada. Para empezar, ya tenía un elemento clave, Ingrid Bergman, que por algo era su compañera sentimental y ya tenía experiencia en lo de interpretar sobre un guión escrito de un día para el otro.

Muchos, viendo Viaggio in Italia, buscaran en ella dobles y triples lecturas para paliar esa sensación de hastío que provoca su visionado pues, en realidad, no ocurre casi nada durante su metraje; 79 escasos minutos de proyección que se convierten en una eternidad con vises turísticas y paisajísticas. La historia, a breves rasgos, muestra las tensas relaciones de un matrimonio británico en crisis que, debido a una herencia familiar, viajan en su automóvil hasta Nápoles, a la finca de un tío de ella que acaba de fenecer. Los reproches constantes entre la pareja harán que esas vacaciones improvisadas se conviertan en un pequeño infierno que les distanciará aún más. Ella, como es lógico, es la anunciada Bergman (Katherine Joyce en el film), en plena etapa rosselliniana y, en el fondo, lo único mínimamente destacable del amuermante (y vacío) producto. Él, el marido, Alexander Joyce, es George Sanders quien, con su endeble interpretación, ofrecía una preocupante impresión de aturdimiento, pues parecía estar más perdido en el rodaje que un gusano en medio de una plaza de toros.

Aprovechando ese distanciamiento físico y psicológico del matrimonio, Rossellini disimula la inexistencia del guión a base de acompañar con su cámara a una solitaria Ingrid Bergman a cuantos museos y monumentos históricos decida visitar, pues su marido, el crápula del Alexander, con la excusa de ciertos negocios familiares que zanjar, viaja hasta la isla de Capri para estar al lado de unos viejos conocidos, entre los que se encuentra una mujer que le hace tilín.

Cuarenta largos minutos de Ingrid Bergman, al lado de diversos guías locales, observando pinturas, estatuas, catacumbas y pequeños cráteres cercanos al Vesubio; diez minutos de silencios rotundos y miradas perdidas para expresar la desolación de los cónyuges y quince más (muy escasos) para mostrar las relaciones sociales de Sanders durante su estancia en Capri. Todo ello filmado de manera bastante plana (por no decir desastrosa) y con la fotografía (en blanco y negro) alarmantemente quemada por su continua exposición al fuerte sol italiano. Y, por si fuera poco, tras una visita (ésta en pareja) a las ruinas de Pompeya y en plena procesión religiosa por las calles de Nápoles, resuelve todos los conflictos de Alex y Catherine en tan sólo medio minuto, como si de un milagro se tratara. ¡La de Dios, vaya!

Conclusiones varias: los de Cahiers du Cinéma eran unos cachondos y les encantaba tomarle el pelo a sus lectores; Rossellini era un espabilao de mucho cuidado y los espectadores que, como un servidor, no entienden el calificativo de obra maestra para un producto como éste, somos unos tontainas de mucho cuidado. Aunque yo, personalmente, me alegro mucho de ser un tontaina al que le encanta que, a la hora de hablar de crisis matrimoniales, me proyecten –una y otra vez- títulos como Dos en la Carretera de Stanley Donen.

2 comentarios:

marco allende dijo...

Viagggio in Italia es una OBRA MAESTRA. Impresionante.

Spaulding dijo...

Pues yo debo ser un tontainas, oiga... pues no le veo la maestría por ningún lado.