La familia Tierney. Un padre, la madre y sus tres hijos, dos varones y una chica. Tres de ellos son policías. El progenitor ya no está en activo, aunque había sido un alto cargo de la Institución. Ahora, entre copa y copa, admira el trabajo policial de sus dos retoños y el de su yerno, un agente uniformado y bajo las órdenes directas de Francis, el mayor de sus vástagos. El asesinato a balazos de cuatro de los hombres de Francis, destapará la podredumbre de su grupo y, al mismo tiempo, conducirá a los Tierney hacia un grave dilema... justo en plenas fiestas navideñas.
Fiel al estilo de los thrillers urbanos que imperaban en los años 70, O’Connor urde una trama compacta aunque llena de tópicos. Todo cuanto expone suena a conocido. Lo de la corrupción policial ya es un tema en exceso sobado en el cine americano, pero la solidez y el academicismo con que lo cuenta le convierten en un trabajo digno y poseedor de un par de escenas de iracunda fiereza, como demuestra la de la visita de Colin Farrell y un par de compañeros al domicilio de un camello con la intención de interrogarle (y en donde una plancha juega un papel destacado). Norton, el citado Farrell, Noah Emmerich y un impresionante Jon Voight, se encargan del resto. Lo de siempre, aunque con oficio y una dignidad deslumbrante.
Otro thriller, aunque de coordenadas totalmente distintas y alocadas, es lo que propone el inglés Guy Ritchie en Rock'n'Rolla, un trabajo que, por sus constantes visuales y narrativas, entronca directamente con sus dos primeros largometrajes, Lock & Stock y Snatch, Cerdos y Diamantes. El hombre, empecinado en darle un ritmo trepidante a sus productos, sigue con sus vibrantes video-clips y sus mafias londinenses, estas últimas de todo tipo y color.
Hampones rusos recién llegados a Londres; gángsters cercanos al mundillo de las inmobiliarias, de los de la vieja escuela: un nutrido grupo de matones de barrio; una contable morena, ricachona, de buen ver y atraída por el morbo de los bajos fondos; un ídolo del rock al que se le da por muerto y un fetiche, en forma de valiosa pintura y capaz de pasar de mano en mano, se unen en una espiral de violencia y humor que ciertamente parece imparable. Pero tan sólo lo “parece” pues, en su última media hora y a pesar del enfebrecido compás otorgado, al Guy se le va en demasía la olla y desmonta un tanto la meticulosa construcción argumental (llena de diálogos inmejorables y situaciones jocosas) que ofrecía desde un principio.
De todos modos, dejando a un lado sus errores, se trata de un film potable en el que, ante todo, hay que prestar una especial atención a Jenny Cole, el resbaladizo personaje interpretado por un excelente Tom Wilkinson y, por defecto, a su hombre y basurero de confianza, el impagable e inalterablemente británico Archy, al que da vida un comedido Mark Strong, uno de los actores todoterreno de los últimos años. No tienen desperdicio.
Y, a tenor de que los representantes del mundo de la distribución resultan de lo más inesperado, han aprovechado el “supuesto” tirón comercial de Rock'n'Rolla para estrenar Revolver, un título igualmente de Ritchie, aunque realizado en el 2005; cinta que supuso para el cineasta el reencuentro con sus maneras habituales tras el descalabro comercial y crítico sufrido por Barridos Por La Marea, o la ingrata tarea de edificar un nefasto film para lucimiento exclusivo de la que por entonces, a principios del 2000, estaba casada con él: Madonna.
Revolver posee la cadencia sincopada de sus productos más logrados pero, en contrapartida, resulta un film irregular, pesado y bastante mal narrado. Las mafias vuelven a estar presentes, aunque en ella le toca el turno al mundo del juego. Casinos, cartas, venganzas y violencia están a la orden del día. Un tutifrutti exento de cualquier sustancia. Todo se me antoja tan confuso que ni la sugerente actuación de un grandioso Ray Liotta logra darle un mínimo empaque a la cosa. Totalmente ahorrable. Con la del Rock'n'Rolla tienen más que suficiente.
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