12.1.09

El Norte también echiste

El norte y el sur de Francia, dos polos opuestos en demasiados aspectos. Según los del sur, la gente del norte es en extremo básica: hablan un dialecto extraño (el popularmente llamado ch’ti); soportan el frío de modo estoico y se muestran rudos en sus hábitos y comportamientos. Verdaderos trogloditas para el gabacho con aspiraciones elitistas. Para un hombre de la parte baja del país, no hay peor castigo laboral que ser trasladado a territorio ch’ti. Eso es lo que le ocurre precisamente a Philippe Abrams, un funcionario de correos que, de intentar truculentamente conseguir una plaza en una agencia de la Riviera, pasará a convertirse en el director de la sucursal de Bergues, una pequeña ciudad norteña.

Así se inicia Bienvenidos al Norte, una comedia que se ha convertido en el éxito del año en Francia y que, por sus constantes, puede repetir un logro similar en España; un país el nuestro que, en mayor o menor medida, también ha caído (y, generalmente, con bastante mala hostia) en eso de los tópicos a la hora de calificar a los habitantes de sus distintas comunidades.

Su director y guionista, Danny Boon (nacido en el norte francés), junto con un par de escritores más, juega con todos los tópicos habidos y por haber en la construcción de su guión, volcando en la descripción de los ch’tis cuantos chistes y habladurías existen sobre ellos. Y, a pesar de la sencillez y previsibilidad que denota su argumento, éste resulta ciertamente gracioso y acertado. De hecho, carga las tintas, ante todo, en la definición de los dos personajes que, en concreto, se acaban alzando como el alma mater del film: uno de ellos, interpretado por el propio Boon, es Antoine Bailleul, cartero y campanero de Bergues; el otro (magnífico Kad Merad), es el desterrado Philippe. Entre ambos, tal y como era de esperar, romperán fronteras y aproximarán diferencias.

Un divertido Danny Boon, de hablares atropellados y remarcando inevitablemente la “ch” en su dicción, se ve superado, en buena parte, por la mayúscula construcción que Merad hace de su atribulado funcionario, un hombre que, alejado de su esposa e hijo, ha de intregarse forzosamente en una sociedad que muchos considerarían el mismísimo infierno. Un dúo de actores que se ven apoyados, en todo momento, por un esmerado grupo de secundarios quienes, con su celebrada presencia, le otorgan un agradable toquecito coral a la cinta.

Debido a la (guasona) importancia de la aturullada pronunciación de los ch’tis (y, en buena parte, una de las claves humorísticas principales del film), recomiendo efusivamente su visionado en versión original subtitulada, y más habiendo visto por televisión un pequeño fragmento de su (¡apayasadísimo!) doblaje español.

Una cinta afable e inteligente, capaz de abogar por la diversidad cultural siempre con una sonrisa en los labios. Un canto a la amistad y al entendimiento, realizado lejos de cualquier petulancia y apostando directamente por la sencillez más absoluta. ¡Viva la inocencia!

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