La cinta es pequeña, sencilla, aunque gigantesca en cuanto a contenido ideológico se refiere. Otros productos más ampulosos ya querrían destilar la misma sobriedad que demuestra Steve Buscemi a ambos lados de la cámara. Éste se ampara en la textura y estructura de una obral teatral sin estar basada en ninguna obra de teatro (al igual que el film original) y, teniendo como escenario casi único un lujoso y amplio loft neoyorquino, obsequia al espectador con un magistral duelo interpretativo -cargado de cinismo y mala leche-, muy cercano (aunque salvando las distancias) al que, hace años, ofrecieron Laurence Olivier y Michael Caine en La Huella.
Aquí, los actores son el propio Buscemi y una sorprendente Sienna Miller. Él es Pierre Peders, un periodista en decadencia que, tras ejercer durante varios años como corresponsal de guerra en el extranjero, se verá obligado, por su editor, a entrevistar a una actriz recién salida del cascarón; un encargo que aceptará a regañadientes y con mucha desgana. Ella es Katya, una rubia atractiva y sensual que, después de protagonizar algunos films de terror de bajo presupuesto, empieza a conocer el estrellato gracias a su participación en una popular serie televisiva. El intelecto y la prepotencia ante la previsible vacuidad de una niña mona. La bestia contra la bella. El juego de las apariencias acaba de empezar. Por delante, queda toda una larga noche cargada de alcohol, pastillas y cocaína.
Un toma y daca de diálogos punzantes. Él dispara con bala; ella responde con un bazooka. No hay trincheras, con lo cual la tensión entre los dos desconocidos va subiendo hasta límites insospechados. Nada es lo que parece y, al mismo tiempo, todo es lo que parece. La mentira y la verdad se mezclan formando un cóctel venenoso. ¿Quién ganará la partida? ¿El intelecto o la imagen? Los roles se intercambian; resulta que la rubia no es tan tonta como cabía esperar. Confesiones a dos bandos; secretos que se desvelan; verdades que duelen... Sexo, remordimientos, dolor, culpabilidades multicolores...: cualquier carta de la baraja es válida para dejar fuera de honda al contrincante; incluso están permitidos los golpes bajos. Una psicoterapia al rojo vivo durante la cual se destriparán demasiados sentimientos ocultos.
Una película dura, dedicada en especial a gourmets que gusten de los platos fuertes y con doble ración de picante. Y, a pesar de su aspereza dialéctica, se trata de un título que no renuncia a ciertos toques de comedia; mínimos, pero de haberlos, haylos. El encuentro inicial de los dos personajes, en un restaurante de lujo, tiene su puntito de coña y, al mismo tiempo, desvela en parte que en cualquier instante puede estallar un terremoto psicológico de proporciones difíciles de medir.
Personalmente, disfruté (ante la película y ante la Miller) como un cosaco. Pero les aviso que, de vez en cuando, me encanta pillar mal rollo ante una gran pantalla. Y más si aquello que se proyecta rezuma la elegancia e inteligencia que le ha sabido impregnar Steve Buscemi.
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