Hoffman, de todos modos, sigue potenciando esa colección de tics que le ha caracterizado durante los últimos años de su carrera. Unos tics que le dan un toque demasiado histriónico a sus personajes pero que, en el caso de Mr. Magorium, parecen hasta incluso bien aplicados. Él, en la cinta y tal y como indica su título, es el propietario de una tienda mágica de juguetes; un establecimiento que, según cuenta el propio Helm, está inspirado directamente en la cadena de jugueterías Imaginarium, en uno de cuyos locales de Chicago trabajó temporalmente el director en su adolescencia.
Mister Magorium es un tipo mágico y alegre, igual que su propio negocio. A pesar de ser un hombre ya mayor, no aparenta los 243 años de edad que asegura tener. Afirma que ha vivido su tiempo y que toca hacer las maletas para desaparecer para siempre de este mundo. Incluso tiene una fecha pensada para iniciar su viaje y ceder la juguetería a su joven empleada, Molly Mahoney, una chica con ganas de triunfar como concertista de piano. Ella no entenderá la extraña y firme decisión de su jefe, por lo cual intentará, por todos los medios, que éste siga al frente del negocio que ha regentado durante tantos años.
Un film que, a pesar de estar destinado al público infantil, plantea, con mucha delicadeza, un tema candente que ha sido (es y será) debatido por todos los gobiernos del mundo: el de la opción ha elegir una muerte digna. Lo hace con suavidad y de modo muy sutil, sin ningún tipo de morbosidad y de forma elegante, siempre buscando la sonrisa y la complicidad del espectador. Su realizador y guionista tiene muy claro que hay que afrontar el tema de la muerte desde un punto de vista en nada lacrimógeno. Y así es como lo lleva a cabo: de manera inteligente y natural.
La imaginería visual de Mr. Magorium Y Su Tienda Mágica no tiene límites. Todos los juguetes del local de Hoffman cobran vida y comparten la ilusión de las decenas de críos que lo visitan a diario. Y no sólo los juguetes y los muñecos están imbuidos del encantamiento, pues el propio edificio está poseído del mismo hechizo. Habitaciones con vida propia, paredes que se llenan de humedad ante la inminente marcha de su propietario y libros gigantescos capaces de sorprender al más pintado desde cada una de sus páginas.
Un ingenioso, emotivo y divertido tratado de fantasía en el que, por supuesto, los efectos digitales tienen un papel importante. Unos efectos perfectamente aplicados, bien sea para reforzar el sentido de ciertas escenas o, sencillamente, para ofrecer algún que otro guiño (en este caso no cinéfilo) al universo de los juguetes y juegos infantiles de toda la vida.
Un trabajo valiente que, por su argumento, demuestra tener muy claro que los niños de hoy en día no tienen ni un pelo de tontos. El valor de la amistad, la sensibilidad vertida en su creación o la idea de volcar en pantalla la quimera de muchos pequeños, convirtiendo a una tienda de juguetes en un parque temático fabricado a su justa medida, hacen de este un film que removerá positivamente la imaginación de cualquier niño. Los mayores podrán igualmente disfrutar de él, a pesar de que la Portman no esté tan atractiva como en otras ocasiones. Y es que esa corte de pelo y la delgadez extrema que me luce, no le hacen ningún favor. Lástima.
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