Muy respetuoso con la estética y la historia del material original, se trata de un producto ciertamente original y cáustico. En su primera parte, cuando se plasma la niñez de Marjane en un Teherán revuelto y cruento, la cinta se acerca, en espíritu, a las Mafaldas más reivindicativas. Todo cuanto expone pasa por el prisma de una niña inocente que, influida por el espíritu liberal de sus padres, prefiere escuchar discos de Iron Maiden antes que panfletarias canciones islámicas.
Un sentido del humor cínico y muy negro da paso, en su segunda mitad, a una cinta más seria e incluso, por su temática, asfixiante. La manera de reflejar las largas temporadas que una adolescente Marjane pasó en Europa -para huir del malestar bélico y violento de su país-, resultan de una dureza fuera de lo normal en una película de dibujos. La añoranza, el sentido de culpabilidad por haberse alejado de los suyos y sus insostenibles frustraciones amorosas convierten, a la que había sido una niña feliz e ingenua, en una mujer al borde de la depresión y el suicidio, la cual intentará sanar sus dolencias regresando a su hogar.
Un biopic diferente que, manteniendo un firme pulso narrativo y sin decaer ni un solo ápice, expone, de modo inteligente, a pequeñas dosis y sin sobrecargar jamás al espectador, un montón de cuestiones políticas, sociales y religiosas de lo más punzante. El temor que profesan los occidentales a cuantos islámicos pretenden integrarse en nuestra sociedad, o el machismo radicalizado a que se ven sometidas esas mujeres en su tierra natal, son sólo algunas de las candentes materias que se plantean desde Persépolis.
Un trabajo excelente, milimetrado en todos sus aspectos y que avanza siempre en línea recta, sin perderse jamás en laberínticas historias que no conducen a ningún lado: va directo al grano, contando para ello con un guión sólido y una imaginería visual repleta de grises, sombras y grandes relieves. En definitiva: un perfilado retrato de una mujer marcada por el extremismo y los velos, enfundado en un magistral guiño pictórico al expresionismo alemán.
Otra mujer con problemas (aunque de connotaciones muy distintas) es Maggie, una viuda británica de mediana edad que, dispuesta a paliar los gastos del urgente tratamiento médico que necesita su sobrino, acepta trabajar como pajera en un puticlub del Soho londinense. O sea, encerrada a solas en una sobria habitación y valiéndose de sus suaves manos, masturbará a cuantos penes asomen en la estancia a través de un pequeño agujero en la pared. Su nombre de guerra (y al mismo tiempo el título de la película) es el de Irina Palm.
Irina, con sus manolas, se convertirá en toda una institución en el Sexy World, el local en el que presta sus servicios. Sus pajas las realiza de manera tan sofisticada y delicada que, ante su cabina, se formarán largas colas de varones dispuestos a ceder, por un rato, sus miembros a las artes de la tal Irina Palm. Ni su familia ni sus amigos más allegados saben nada de su empleo, pues el secretismo es la única arma que puede sanar a su pequeño sobrino.
A breves rasgos este es el núcleo central y argumental del sobrio y sarcástico film del bávaro Sam Garbanski quien, desde Gran Bretaña, ha urdido un producto en el que se mezclan, con total funcionalidad, un sentido del humor de lo más perverso con un melodrama de tintes familiares. Lo mejor del film, aparte de la indiscutible y brillante interpretación de una madura Marianne Faithfull, es que, a pesar de lo escabroso de su tema, nunca llega a caer en el mal gusto ni en la escatología evitando, al mismo tiempo, profundizar demasiado en lo que, por otra parte y en cuanto a sus relaciones familiares se refiere, podría haberse convertido en una dramón lacrimógeno y excesivo. Está claro que, para Garbanski, la moderación no está reñida con el morbo.
Una cinta espléndida, aunque sólo recomendable y apta para mentes cachondas y con ganas de descubrir historias totalmente distintas en una gran pantalla.
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