10.- Tetro. Con las ganas de experimentar, a Coppola se le va la bola y organiza una historia plagada de odios y rencores familiares, muy a lo tragedia griega, que no hay quien la soporte. Todo muy exagerado y esperpéntico, tanto que acaba por caer en el más grande de los rídículos. Maribel Verdú hace lo que puede al lado de un histriónico Vincent Gallo, mientras que Carmen Maura (en uno de los papeles más patéticos de su carrera) aprovecha para desmadrarse en plan diva y a sus anchas. Más de dos largas e interminables horas para dar rienda suelta al bostezo. Asusta el pensar que aún tiene otro film, anterior a este, pendiente de estreno en nuestro país. ¡Qué lejos queda el Coppola de El Padrino!
9.- Harry Potter y el Misterio del Príncipe. Si la anterior entrega sobre Harry Potter ya no había por donde pillarla, ésta ya es un desaguisado de muy padre y señor mío. A estas alturas, el guión es lo que menos importa a los creadores de la saga o, al menos, eso es lo que parece: mal contado, aburrido y sin ángel. 155 minutos del alma para no explicar nada de nada. Un servidor empieza a estar hasta las narices del niñato gafotas, del Dumbledore y de la madre que les parió. Creo que voy a apearme para siempre de esta serie.
8.- Che: Guerrilla. La verdad es que al Soderbergh el Che: El Argentino le quedó de lo más majo e interesante, todo lo contrario que esta su segunda entrega, un film inversamente proporcional al primero. Se olvida del buen ritmo narrativo del film original, opta por la torpeza y se adentra en terrenos pantanosos retratando, a medias, los hechos de la revolución boliviana. Media historia se queda en el tintero y el espectador no se entera de muchos pasajes entrecortados. Del frescor de la propuesta inicial sólo queda el impecable trabajo de Benicio del Toro.
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7.- Julia. El francés Erick Zonca, tras nueve años alejado de la dirección, regresa y se mete de lleno en una delirante historia, sin pies ni cabeza, protagonizada por una alcohólica que, dispuesta a enmendar su existencia, acepta un trabajito ilegal que la llevará de Los Angeles a Tijuana. Todo un barco a la deriva que navega, sin orden ni concierto, entre el melodrama y el thriller, dejando un montón de lagunas narrativas a lo largo de su viaje. Para más inri, a la beoda en cuestión, le da vida una inaguantable Tilda Swinton a través de una interpretación tanto o más caótica que la propia película.
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6.- Julie y Julia. Comedia de lo más endeble y vacía con dos historias paralelas en su haber, a cuál más dulzona e indigesta. Por un lado, Julia Child, una norteamericana, afincada en Paris, que se convirtió en toda una institución en el ámbito de la cocina de su país en los años 50; por el otro, Julie Powell, una funcionaria neoyorquina que, a través de Internet, recreará cuantas recetas escribiera Child en su popular libro culinario. La primera es una Meryl Streep totalmente pasada de rosca, mientras que la segunda es unainsustancial Amy Adams; cada una en su estilo, pero ambas son dignas aspirantes de ir directamente a la hoguera. Tras la cámara, una ineficaz Norah Ephron. El empacho está asegurado. Definitivamente, el 2009 no ha sido el año de las Julias.
5.- Siete Minutos, o como traspasar el estilo “coral” de las teleseries patrias al mundo del largometraje. Uno de los despropósitos más alarmantes del cine español del año, de entre cuyos tres guionistas destaca el nombre de Ángeles González Sinde, la actual Ministra de Cultura. Varias parejas deambulan por la cámara tras haberse conocido en un local de citas rápidas. Amores y desamores a ritmo de nada y al servicio de una trouppe de mujeres al borde de un ataque de nervios. Por cierto: nunca había visto tan mal en una película a Marta Etura. Tras la cámara, Daniela Féjerman, otro fémina tanto o más histérica que las protagonistas de su film. El sopor y la previsibilidad son el plato fuerte del día. Ideal para bajárla del Emule y ni siquiera mirarla: tan sólo por joder.
4.- Los Sustitutos. Cine basura made in Hollywood. Ciencia-ficción de baratillo, de aquella que bien podría haber sido protagonizada por Santo Enmascarado de Plata y Blue Demon. Aquí, en su lugar, tenemos a un Bruce Willis calvorotas y a su doble robótico, otro Bruce Willis con una de esas pelucas rubias cantarinas que tanto le encantan al actor. De sociedades futuras y androides clónicos. Bien podría haberse titulado Mis Dobles, Mi Pelucón y Yo. Todo un poema al que sólo le falta la psicotronía que destilaban los enmascarados mejicanos.
3.- Génova. Cuando al Winterbottom le da por irse por los cerros de Úbeda, no hay quién le soporte. tal y como sucede con esta especie de amuermante aproximación a Amenaza en la Sombra, ese otro cuelgue que filmara Nicolas Roeg, en Venecia, allá por los años 70. Un padre y sus dos hijas, tras la muerte accidental de la madre, deciden pasar una temporada de sosiego en Génova. Allí, mientras la mayor decide apostar por el lado oscuro de la ciudad, la pequeña devaneará con el fantasma de la madre. Un cúmulo de despropósitos al servicio de una historia vacía y por momentos irritante. Por cierto: ¿por qué Colin Firth, en general, rechina tanto en sus interpretaciones?
2.- Un Cuento de Navidad. El título gafapastas por excelencia llegó de la mano del francés Arnaud Desplechin. Una cena de Navidad es la excusa ideal para que una familia desunida y marcada por la enfermedad se reencuentre. El cinismo inicial de la cinta promete, pero rápido se diluye en un mar de diálogos rimbombantes y excesivamente forzados. Hay que demostrar, a toda costa, que sus guionistas son muy inteligentes y saben construir grandes diálogos adornados de citas cultas. En cambio, para la platea, el tiempo avanza lento, muy lento: dos largas horas y media plagadas de inaguantables parábolas y segundas lecturas. Lo único positivo de tanta petulancia es descubrir que, por suerte, la gente normal, la de la calle, la de a pie, no mantiene conversaciones tan poco naturales como las que esgrimen la caterva de personajes del film de Desplechin. ¡Que pena da ver a una dama como la Deneuve metida, a su edad, en un invento como este!
1.- Anticristo. A pesar de que Lars von Trier se crea el mejor director de cine en activo, éste nos ha ofrecido la peor película de la temporada. Ha querido provocar y, con la provocación, sólo le ha salido un churro: el churro del año. Abre bien la cinta. Es innegable que su inicio tiene garra. La modélica filmación de la muerte accidental de un niño es ciertamente escalofriante. Luego, al analizar la relación del matrimonio que ha perdido al pequeño, la cosa empieza a ir de mal en peor. No avanza en absoluto y, cuando da un par de pasos hacia delante, le sale el mal gusto por todas partes. Sus dos únicos protagonistas, Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg, hacen lo que pueden; en este aspecto, menos da una piedra. Pero su guión no da para mucho: sólo para recrearse en la violencia y la desmesura en todas sus variantes. Von Trier se ha propuesto epatar al precio que sea y con ello se ha montado su particular exorcismo. Un maestro del engaño y la pedantería que ha sido incapaz de rizar el rizo con un mínimo de elegancia e inteligencia. Caca de la vaca.
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