19.7.06

El oso que pudo acabar con la carrera de Woody Harrelson

Hace ya un buen tiempo que el cineasta alemán Werner Herzog, tras varios productos con no muy buenos resultados, dejó a un lado el cine de ficción y entró de lleno en el mundo del documental. Una manera como otra de reencontrarse a sí mismo y de intentar descubrir su propia y verdadera identidad. No es de extrañar que, mediante esa investigación personal e intrínseca a través del subconsciente, Herzog le haya dedicado Grizzly Man a Timothy Treadwell, un hombre que, al igual que él, pasó su vida dando palos de ciego en busca de un espacio en la sociedad; un microcosmos particular en el que poder instalarse y en el que, al mismo tiempo, se sintiera cómodo y a gusto con su propia persona.

Herzog parece haberlo encontrado en su nueva posición de documentalista, al igual que hizo Timothy Treadwell en su reconversión en hombre silvestre. Su paraíso y su territorio se alojaban en el Parque y Reserva Nacional de Katmai, en Alaska. Allí volcó toda su pasión por los animales y desbravó sus múltiples inseguridades en lo que él se tomó como una cruzada en pro de la conservación de los osos pardos. Convivía con ellos, a su lado, arriesgando su vida, día a día, y sin llegar a ser consciente jamás del daño que le podrían causar. Con total convencimiento, aseguraba que había aprendido a vivir con tan peligrosos animales.

Durante trece años, a lo largo de la temporada estival, abandonaba a los suyos y se instalaba en esa Reserva Nacional. Sin ánimo de lucro, a su vuelta, daba charlas por centros ecológicos y escuelas de Norteamérica, narrando sus experiencias al lado de los osos y velando para que éstos no se convirtieran en otra especie más en extinción. De todos modos, las buenas intenciones mostradas por Treadwell, debido a su carácter paranoico e inestable, daban la impresión de ser tan sólo una más de sus neuras existenciales.

Herzog decidió iniciar este documental cuando Treadwell y su compañera fueron encontrados muertos y devorados por un oso en la citada Reserva Nacional, concretamente en la zona bautizada como el Laberinto de los Osos. A partir del accidente, contando con las más de 100 horas de grabación en vídeo que el propio Tim Treadwell había realizado a lo largo de los años, y recurriendo a entrevistar a varios de los compañeros y familiares del difunto, Herzog montó Grizzly Man.

La película escarba en el pasado del aventurero desaparecido. Muestra su inestabilidad e inseguridad a través de los diversos y numerosos empleos por los que fue pasando. Deja claro que se trataba de un don nadie ansioso por llegar a figurar en la vida. Quería ser famoso, al precio que fuera. Incluso, antes de decantarse por la convivencia con los osos, llegó a presentarse a un casting convocado por la serie Cheers, quedando el segundo después de Woody Harrelson. A un pelo estuvo de encontrar el estrellato que tanto deseaba.

Herzog, a través de su cámara y de la selección de escenas grabadas por Treadwell, muestra su propia dualidad hacia el personaje. A veces lo ama; a veces, lo detesta. Para el realizador ha sido como enfrentarse a su propia sombra. Verse reflejado en un espejo tal cual. Grizzly Man posee momentos verdaderamente cínicos y descarnados con el amante de los osos y también, al mismo tiempo, otros en los que el realizador demuestra toda su admiración por la locura de ese quijote al borde del abismo.

Y no sólo vuelca ese cinismo en la figura del hombre oso. El director alemán juega, en ocasiones, a satirizar a los personajes entrevistados por él. Los satiriza y, en general, los ridiculiza. Y, para ello, utiliza un recurso muy perverso que acaba convirtiendo a varios de sus entrevistados en seres grotescos e inútiles pues, cuando acaba de filmar sus palabras, deja la cámara inmóvil ante ellos y éstos, sorprendidos por haber acabado ya su perorata y, sin saber que hacer ni que decir, quedan paralizados ante el objetivo de Herzog. En este aspecto, resulta genial la escena en la que parlamenta con el forense que realizó la autopsia de los restos de Treadwell.

Grizzly Man es un film diferente, interesante y (por parte del director) conscientemente maniqueo. Y es bueno, como espectador, dejarse llevar por ese astuto y descarado maniqueísmo ya que, en el fondo, forma parte del juego del propio Treadwell. A pesar de que muchos puedan creerlo, no se trata de un falso documental, aunque lo podría haber sido debido a la extravagancia de su protagonista y el surrealismo al que conllevan muchas de las situaciones plasmadas. Se trata de un producto extraño y con cierto poder hipnótico y fascinante, capaz de transmitir a la platea el mismo sentimiento variable de Herzog hacia el alucinado personaje: amor, odio y pena. Pena o tristeza, tanto da, llámenlo como quieran. Y es que, la verdad, al finalizar la cinta, un servidor se quedó un poco más deprimido de lo que estaba al empezar.

Y es que convertirse en famoso gracias a terminar tus días en la panza del Oso Yogui, resulta realmente estremecedor y triste. Muy triste. Y más sí, física y mentalmente, uno tiene las mismas coordenadas que Pocholo Martínez Bordiu... como le ocurre a nuestro Grizzly Man.

No hay comentarios: