30.3.12

Una década sin Dios

El pasado 27 de marzo se cumplió una década de la muerte de Billy Wilder, uno de los directores más grandes de Hollywood. En 1981, más de veinte años antes de morir, estrenó su último film, Aquí un Amigo, en donde reunió a su pareja fetiche, Jack Lemmon y Walter Matthau. Fernando Trueba, al recoger su Oscar por Belle Epoque, aseguró que Wilder era Dios, mientras que Alfred Hitchcock, tras visionar por vez primera Perdición, comentó que en el cine tan sólo existían dos palabras: BILLY WILDER.

Nacido en 1906 en Sucha (Austria), empezó su carrera como periodista en un diario vienés, desplazándose después a Berlín como escritor de cortometrajes mudos y emigrando a París en 1933 tras la subida de Hitler al poder. En 1938, dispuesto a convertirse en guionista, se instaló en Hollywood, lugar en el que entró en contacto con el escritor Charles Brackett con quien, a pesar de confrontar ideologías totalmente opuestas, coescribió varios guiones para otros directores, de entre los que caben destacar los de Ninotchka para Lubitsch y Bola de Fuego para Howard Hawks.

En 1942, la Paramount le ofreció la ocasión de llevar a cabo su primera película como director. Wilder sorprendió a todos con El Mayor y la Menor, una agradable y comercial comedia de enredos, escrita a medias con Charles Brackett, al igual que hizo con su siguiente título, Cinco Tumbas al Cairo, una interesante intriga con espías y nazis ambientada en un hotelucho en medio del desierto entre Libia y Egipto.

Su consagración definitiva fue con Perdición, uno de los mejores films negros de la historia del cine junto con El Halcón Maltés y Chinatown. Basada en una novela de James M. Cain y coescrita con Raymond Chandler, narra una dura y bien tramada historia de amor y crimen en la que sobresalía el trabajo de una pérfida Barbara Stanwyck.

Días Sin Huella, un duro film sobre el alcoholismo, y Berlín Occidente, una comedia de intriga ambientada en el Berlín de la postguerra, fueron los dos títulos que precedieron a El Crepúsculo de los Dioses, una corrosiva cinta que arremetía contra el star system de Hollywood, protagonizado por un joven William Holden y una fenomenal Gloria Swanson, que por su causticidad le supuso un tenso enfrentamiento con el mismísimo Louis B. Mayer, el gran capitoste de la Metro Goldwyn Mayer. Curiosamente, tras ese film, Brackett no volvería a trabajar jamás con Wilder.

Sin apearse del carro del cinismo filmó El Gran Carnaval, una contundente y cruda crítica a la prensa sensacionalista que se convirtió, injustamente, en uno de sus más sonados fracasos en taquilla. Curiosamente, se trata de un título emblemático, con un Kirk Douglas fuera de serie, que durante muchos años fue motivo de ejemplo y de debate en la mayoría de Facultades de periodismo.

En Traidor en el Infierno, de nuevo con William Holden, se acercó al tema de la delación entre un grupo de soldados de graduación en un campo de internamiento alemán. Tratada a ritmo de comedia, aunque amarga e irónica, le significó un fuerte choque con su productora, la Paramount, desde donde le propusieron algunos cambios en el guión que Wilder nunca aceptó.

Sabrina con Holden again, Humphrey Bogart y Audrey Hepburn, a pesar del tirón comercial de su trío protagonista, se trata de una irregular comedia sentimental y triangular, excesivamente sobrevalorada, a la que siguió, en 1955, La Tentación Vive Arriba, una feroz sátira sobre el adulterio y los Rodríguez veraniegos que contó con la presencia de una tentadora Marilyn Monroe, una de cuyas imágenes en el film se convirtió en un incuestionable icono cinematográfico.

Tras El Héroe Solitario, un insustancial biopic épico sobre la hazaña del aviador Lindbergh, Wilder filmó Ariane, una funcional comedia sentimental en la cual el genuino personaje interpretado por Maurice Chevalier ensombreció un tanto el protagonismo de Audrey Hepburn y Gary Cooper y que significó, por otra parte, el nacimiento de una de las más suculentas relaciones en el mundo del cine, la del director austríaco con I.A.L. Diamond, con quien firmó sus siguientes y mejores guiones.

Basándose en una novela de Agatha Christie, Wilder rodó un thriller judicial plagado de sorpresas que ofreció un recordado y emblemático papel al orondo Charles Laughton. Se trataba de Testigo de Cargo, a la que siguió la que sería su película más popular y taquillera, Con Faldas y a lo Loco, una comedia con un par de músicos travestidos y perseguidos por la mafia en la que repetiría con Marilyn Monroe y en la que, al mismo tiempo, se iniciaría otra de sus relaciones más fructíferas al trabajar, por primera vez, con Jack Lemmon.

El Apartamento su apoyaba en un punzante libreto, en las interpretaciones de Lemmon y Shirley MacLaine y en la magnífica y muy visual dirección artística de Alexander Trauner. Una de las comedias más ácidas que jamás se hayan filmado y que se vio compensada con tres Oscar: mejor película, mejor director y mejor guión.

Entre 1961 y 1964 firmó tres películas consideradas erróneamente como menores: Uno, Dos, Tres, una sátira trepidante sobre los entresijos de la guerra fría; Irma la Dulce,una divertida historia de amor entre un policía y una prostituta parisina protagonizada por la misma pareja de El Apartamento y Bésame, Tonto, un divertimento un tanto amargo y corrosivo, con Dean Martin cachondeándose de sí mismo y una Kim Novak en estado de gracia que, por su temática, escandalizó a los sectores más radicales y puritanos de la Norteamérica de la época.

En Bandeja de Plata fue su última gran película. Una corrosiva crítica sobre la avaricia y sus consecuencias en la que, además, le buscó un partinaire de lujo a su sempiterno Lemmon con la figura de un gruñón Walter Matthau; una pareja artística con la que repetiría en el futuro en un par de ocasiones más.

La Vida Privada de Sherlock Holmes fue un estrepitoso e inmerecido fracaso comercial en el que se desmitificaba con cierta mala leche y un mucho de surrealismo al detective creado por Arthur Conan Doyle. Para paliar los efectos negativos de este film en la taquilla mundial, recurrió de nuevo a Jack Lemmon para protagonizar ¿Qué Ocurrió Entre Mi Padre y tu Madre? (Avanti), una ingeniosa historia de amor otoñal ambientada en un lujoso hotel siciliano, filmada a golpes de humor negro y dotada de una ternura especial.

De nuevo con Lemmon y Matthau se embarcó en la adaptación cinematográfica de una conocida obra teatral ya llevada al cine en dos ocasiones anteriores por Lewis Milestone y Howard Hawks. El resultado fue Primera Plana, una envidiable y acelerada comedia de humor negro que arremetía contra la pena de muerte y el periodismo amarillo.

Con Fedora volvió a intentar el éxito de El Crepúsculo de los Dioses, ya que se trataba de una nueva vuelta de tuerca sobre el lado más oscuro de Hollywood y en la cual repetía protagonismo William Holden. Un film venenoso y de aspecto fúnebre que, a pesar de sus buenas intenciones, no llegó a cautivar a las plateas.

En 1981 realizó su última comedia, Aquí un Amigo, un irregular remake de una película francesa que narraba la relación entre un asesino a sueldo y un suicida neurótico. Matthau y Lemmon se alzaron con los papeles principales, pero la cinta no fue del agrado de la crítica ni de las majors hollywoodienses.

Hasta su muerte, Billy Wilder siguió yendo a diario a su despacho para trabajar en posibles proyectos, aunque nadie le ofreció durante ese tiempo la posibilidad de colocarse tras una cámara para urdir nuevas películas. La negativa de las compañías aseguradoras a cubrir los posibles envites de un realizador de avanzada edad durante un largo rodaje, su cine ácido y contundente, alejado totalmente de las coordenadas de la industria de la época, y el resentimiento de ciertos personajillos del ambiente heridos por el modo en que Wilder los describió en varias de sus cintas, son algunas de las razones por las que, durante más de veinte años, no nos ofreciera ningún título más; título que, a buen seguro, hubiera llamado la atención de todos los amantes del buen cine, del cine de verdad, del cine parido por el mismísimo Dios.

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