1.12.09

Plenilunio

La primera vez que vi a Paul Naschy en persona fue en el 96, ahora hace unos 13 años, en el hall del hotel Meliá, durante el Festival de Cine de Sitges. El hombre, con todo su equipaje a punto, esperaba un taxi que le llevara hasta el aeropuerto del Prat. Marchaba airado del Festival, pues aseguraba que había sido insultado por gente afín a la directiva. El certamen, por esos días, pasaba por una de sus etapas más problemáticas. Eran tiempos oscuros; los tiempos de Àlex Gorina al frente del cotarro; tiempos de aparcar a un lado el fantástico y apostar por un cine más cultureta y pedante. Por supuesto, la caspa hispánica no les molaba en absoluto y Naschy, con la excusa de una retrospectiva sobre cine fantástico español, había sido invitado al lugar casi en calidad de hazmerreír. Pero el bufón no estaba para bromas. Puso la directa y desapareció, asegurando que nunca jamás volvería a pisar Sitges.

Gracias a Ángel Sala, el cine de género regresó a Sitges. Y con él, Paul Naschy. La caspa volvía a ser aceptada como es debido en la Blanca Subur. Durante esta última edición, tuve la oportunidad de cruzarme con nuestro particular hombre de las mil caras en diversas ocasiones. Su exilio voluntario había terminado, aunque su vuelta fuera ahora en silla de ruedas. Estaba contento de sentirse querido. A su alrededor, siempre una legión de jóvenes entusiasmados. Y él allí, en el centro, ejerciendo de estrella mimosa: firmando autógrafos, concediendo entrevistas, posando para fotografías personales. Todo un mito que se recomponía con el calor del público.

Menos de dos meses después y tras un largo año acarreando un cáncer terminal, hoy, a los 75 años de edad, nos ha dejado. Por fin descansa en paz. Con él también se ha ido Waldemar Daninsky, su personaje más emblemático; ese ser torturado que, en casi una docena de películas y durante las noches de plenilunio, sufría brutales transformaciones que le convertían en hombre lobo. Hoy, curiosamente, también es noche de luna llena. A eso de la medianoche, asómense al balcón y posiblemente se conviertan en testigos de excepción del último paseo del amigo Daninsky.

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