

La película parte de una premisa ciertamente original y divertida. Y lo hace acercando al espectador a la estética y temáticas de la sci-fi de serie B que llegaba de los USA en los años 50. Permuta los roles habituales de las citadas cintas, con lo cual los alienígenas se convierten en los invadidos y los humanos en los extraterrestres. De este modo, un astronauta recién llegado de Cabo Cañaveral a un planeta desconocido será, a los ojos de sus verdosos habitantes, un peligrosísimo monstruo procedente del espacio exterior. El enredo es gracioso y está bien planteado.
Hasta aquí todo funciona a la perfección y, en líneas generales (que en definitiva, es lo que más importa), entretiene. El problema se encuentra en la irregularidad de un guión que, cada dos por tres, cae en los tópicos y guiños de siempre, mostrándose un tanto incapaz de ofrecer nada nuevo a la platea (a excepción de una ingeniosa y peligrosa mascota inspirada directamente en el Alien de Scott). Tanto es así que incluso copia descaradamente la forma y modos de otros personajes anteriores del cine de animación, tal y como sucede con el fiel robot del astronauta Chuck Baker, cuyos rasgos y tics recuerdan en demasía a Wall-E.

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