Flint Lockwood es un inventor desastroso. Sus diversos artefactos, del primero al último, han salido siempre chungos. Nadie cree en él, ni siquiera su propio padre. Todo cambiará para él cuando su nuevo invento, durante un acto público en el centro de su ciudad, revolucione el negocio de la alimentación pues, mediante un sofisticado sistema, consigue hacer caer del cielo comida en cantidades desorbiotadas.
Este es el punto de partido de Lluvia de Albóndigas, otro de los films de animación en 3D que pueblan la cartelera navideña y que, en ciertos aspectos, tal y como demuestran sus títulos de crédito finales, posee varios puntos en común con el El Submarino Amarillo, aquella fábula de dibujos animados que tenía como protagonistas a los integrantes de The Beatles. Phil Lord y Chris Miller, sus dos directores, han apostado por el surrealismo para acercarse a los niños.
Cine familiar pero con un regusto amargo ya que, en el hermético universo de Flint Lockwood, no es oro todo lo que reluce. Su madre murió; no se entiende con su padre y se ve dominado por el tiránico y negociante alcalde de una población que, hasta el momento, subsistía gracias a la pesca de la sardina; un alcalde que, curiosamente, posee ciertos rasgos físicos que le hermanan con Jordi Hereu, el de Barcelona. Por si fuera poco, nuestro héroe solitario sólo congeniará con un pequeño mono y con la chica del tiempo de una cadena televisiva; una chica denostada por sus superiores y con un montón de extravagancias en su carácter que le harán aún más atractiva a sus ojos. En pocas palabras: a pesar de ser una película dirigida al público infantil, se trata de una comedia de tonos grises, muy, muy grises.
Aparte de la ingeniosa manera de perfilar a los distintos y numerosos personajes que pululan por Lluvia de Albóndigas, y la curiosa interactividad que demuestran entre ellos al no saber expresarse con total claridad, el mayor acierto de Lord y Miller se localiza en el modo de combinar ese tono grisáceo con su vertiente más aventurera y acelerada, justo la que más atrae a los niños; una parte, ésta, que supone un inmenso guiño a todo el cine de catástrofes en general, desde Terremoto a la más reciente 2012. Huracanes de espaguetis, gigantescas piezas de comida desplomándose desde el cielo, ingentes cantidades de gente huyendo sin rumbo fijo...: un conglomerado de desgracias capaz de borrar de la faz de la Tierra a la pequeña isla en la que nació Flint.
Una cinta de animación distinta. A veces, surrealista; en ocasiones, tierna en extremo. No la dejen escapar: la originalidad que rezuma bien lo merece. Y, ante todo, tomen buena nota de los consejos marinos y pescadores que suelta el padre de Flint, uno de los mejores personajes de la película al que, en su versión original, pone la voz el mismísimo James Caan.
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