Dirigida por el neoyorquino David O. Russell (el
mismo de El Lado Bueno de las Cosas y The Fighter), La Gran Estafa Americana se
ha convertido en una de las (discutibles) favoritas al Oscar de esta temporada.
Inspirada, a grandes rasgos, en un caso real sucedido en los EE.UU. durante los
años 80, la película narra las estrategias que han de urdir una pareja de estafadores
profesionales cuando, tras ser atrapados durante uno de sus timos por un agente
del FBI, se vean obligados a trabajar para los federales con la finalidad de pillar,
con las manos en la masa, a un grupo de mafiosos y políticos corruptos.
Esencialmente, La Gran Estafa Americana se trata de
una comedia. Pero una comedia en la que, al mismo tiempo, se aglutinan varios
géneros: desde el thriller al melodrama; todo vale en el caos de personajes y
engaños perpetrados por el realizador y su coguionista, Eric Warren Singer.
Desde el humor más alocado y sarcástico a la tragicomedia más absoluta. La cosa
tiene nervio. Su montaje es frenético, no da tiempo al aburrimiento. Salta de
un personaje al otro, al tiempo que utiliza las voces en off de sus tres
principales protagonistas para ir centrando al espectador en medio de ese
maremágnum de historias paralelas y subtramas que propone.
La cinta entretiene y engancha. Todo entra suave, como con vaselina. Sus tres personajes principales están perfectamente definidos y
sus actores, del primero al último, están perfectos en sus roles, empezando por
un engordado Christian Bale, siguiendo con una efectiva Amy Adams y terminando
por un divertido Bradley Cooper. El primero, arropado por un look de lo más
hortera, como el cerebro del grupo; la segunda, en la piel de una embaucadora
que finge ser ciudadana británica y el tercero dando vida a un amargado,
enamoradizo y empecinado agente federal. Pero, a pesar de lo divertidos y
espléndidos que resultan, sobresale una secundaria de lujo que se los come a
todos con patatas: se trata de una majestuosa Jennifer Lawrence quien, ejerciendo
de la peculiar esposa del personaje de Bale, cautiva al espectador con su
bipolar personalidad y con la locura con la que aborda su cometido.
Casi dos horas y cuarto de proyección que pasan en
un abrir y cerrar de ojos. Todo parece muy milimetrado, empezando por su cuidadísima ambientación ochentera y terminando por el complicadísima peinado
de Christian Bale. Uno sale del cine con la sensación de habérselo pasado muy
bien. Pero cuando se empieza a analizar su trama con un poco de detenimiento,
la cosa se descuadra por completo. Entre sus numerosas lagunas narrativas (o,
mejor dicho, agujeros negros), lo poco explícito que se muestra en ciertos
aspectos de la intriga y ese tono condescendiente con el que, hacia el final,
arropa a su fauna de políticos corruptos, La Gran Estafa Americana se
convierte, por si misma, en una gran estafa para el espectador, pues David O.
Russell, a lo largo y ancho de su dilatado metraje, ha desempeñado el papel de
embaucador y nos ha hecho comulgar con ruedas de molino. Nunca un film tan
vacío como éste nos había llenado tanto.
2 comentarios:
Vaya, todavía no le han avisado de la muerte de Shirley Temple?? pues sí, resulta que seguía viva la señora embajadora. Pero ya no.
Saludos
Ya tenía sus años, la señora.
Publicar un comentario