Tras un espléndido film coral como fue Margin Call,
J.C. Chandor cambia de tercio y se embarca (y nunca mejor dicho) en una odisea
marina con un único protagonista: Robert Redford. Una historia de supervivencia
que narra la desesperación de un hombre solitario en su intento de salir indemne de un
naufragio en pleno Océano Índico, después de haber chocado con su velero contra
un contenedor abandonado en alta mar.
No busquen más que eso. No hay nada más. Redford por
un tubo, dos líneas de diálogo en favor de la voz en off del actor y un sinfín
de cromas acuáticas a cual peor parida. Mientras, para darle un poco de vidilla al invento, el
muchachote de 77 tacos, demuestra su buena forma física yendo de una punta a la otra del velero, subiéndose a la
vela, achicando agua por todas partes y remojándose a base de bien. Y vuelta a
empezar, una y otra vez los mismos movimientos repetidos hasta la saciedad.
Después, para cambiar un poco de escenario, reemplaza
el velero de marras por un bote salvavidas y, ¡cómo no!, para no perder la
costumbre, de nuevo vuelve a achicar el agua y a darse unos cuantos chapuzones accidentales
en el mar. Un Robert Redford pasado por agua que se debió quedar con un palmo
de narices cuando descubrió que los de la Academia se habían pasado su soñada
nominación al Oscar por el mismísimo culo.
Cinta aburrida, repetitiva y, por momentos, patéticamente
delirante. Soporífera hasta extremos impensables y técnicamente olvidable (¡cómo cantan
las cromas, por Tutatis!), se trata de uno de los films más tediosos e
insoportables en lo que llevamos de año. Casi, casi una silent movie (léase "película muda"), adornada
por el sonido del oleaje, los truenos de alguna que otra tormenta y los acordes de la nada
inspirada banda sonora de Alex Ebert.
Minimalismo empapado y poco más. Por mucho Redford que salga, ahórrense
los eurillos de la entrada, que los tiempos no están para malgastarlos en
pérdidas de tiempo similares.
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