Mañana llega a las pantallas de toda España
Philomena, la última película de Stephen Frears, un film agradable y crítico,
capaz de hacer reflexionar al espectador sobre el malsano poder de la religión
al tiempo que ofrece el retrato de dos personajes en principio totalmente
antagónicos: los de Martin Sixsmith y Philomena Lee; el primero, un periodista
caído en desgracia después de haber intentado probar fortuna en el mundo de la
política y, el segundo, una mujer de avanzada edad que lleva 50 años intentando
dar con el paradero de un hijo que, a temprana edad y cuando ella estaba
interna en un convento castigada por su embarazo, fue dado en adopción por las monjas que lo
regentaban.
Él es un tipo gruñón, ateo y enfurruñado con el
mundo; ella es una mujer afable, sencilla, no muy culta y creyente a pies
juntillas. Ambos unirán sus fuerzas para localizar, de una vez por todas, al
hijo de la afectuosa Philomena; una búsqueda que incluso les llevará de su
Irlanda natal al corazón mismo de los EE.UU.. Mientras ella pretende
reconciliarse con su tormentoso pasado, él intenta conseguir un reportaje de tintes
humanistas que lo vuelva a colocar en el candelero.
Un film sencillo, pequeño, pero tremendamente
emotivo y conmovedor. Crítico con los estamentos religiosos, aunque totalmente respetuoso
con las creencias (o no creencias) de sus dos protagonistas, Frears, basándose
en la novela de Martin Sixsmith The Lost Child of Philomena Lee, se centra,
ante todo, en la relación que se establece entre sus dos personajes
principales. Una dependencia que nace de la conveniencia de ambos y que, poco a
poco, irá yendo mucho más allá del mutuo beneficio, dándole, al mismo tiempo, una especial relevancia al tráfico de niños que, por parte de ciertas religiosas, tuvo lugar en la Irlanda de los años 50.
Philomena se nutre de dos actores geniales. Por un
lado Judi Dench, toda una dama de la interpretación que, en esta ocasión, se
mete de forma magistral en la piel de una mujer humilde empeñada en la búsqueda
de un hijo que le fue robado por unas monjas diabólicas y, por el otro, Steve Coogan quien,
dando vida a la perfección al resentido periodista, también ejerce en el film
de guionista y productor. Entre los dos nacerán chispas de todo tipo: tanto
humorísticas como melodramáticas, provocadas, casi siempre, por la
irritabilidad de él ante la sencillez con que la mujer plantea muchos de
los temas a los que se han de enfrentar.
Ácida y tierna; cómica y triste; veraz y
escalofriante. Un torbellino de sentimientos capaz de explicar una historia
magnética y bien construida en poco más de hora y media. Un título que muchos
considerarán menor pero que, en el fondo, abriga toda la sabiduría y la manera
de entender el cine de alguien como Stephen Frears.
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