A pesar de estar nominada al Oscar en seis categorías
(película, actor principal, actor secundario, guión original, montaje y
maquillaje), Dallas Buyers Club no se estrena en nuestro país hasta el próximo
14 de marzo, casi dos semanas después de la ceremonia de entrega de dichos
premios. Y es una injusticia, pues el film dirigido por el canadiense Jean-Marc
Vallée es un dignísimo producto que, entre otra posibilidades, podría hacerse
con la estatuilla dorada para un sobresaliente Matthew McConaughey, un actor que,
en los últimos años, ha enderezado de forma sorprendente su carrera a través de
múltiples y complejos personajes, incluyendo el del detective Rust Cohle de la
compacta serie televisiva True Detective.
En esta ocasión y amparándose en un caso verídico,
McConaughey, de forma magistral y físicamente desmejorado, se mete en la piel de Ron Woodroof, un rudo
vaquero heterosexual que, a principios de los 80, descubre alucinado que ha
contraído el virus del SIDA. La muerte de Rock Hudson inundaba los titulares de
toda la prensa mundial y Woodroof, un tipo que practicaba el sexo de forma
descontrolada y sin seguridad alguna, al no pertenecer a ninguno de los colectivos
a los que se criminalizó de forma estúpida, no daba crédito a su diagnóstico.
Una vez asumida su enfermedad, y ante la prohibición del gobierno
norteamericano del uso de ciertos específicos en favor de una industria
farmacéutica dispuesta a potenciar unos fármacos que en poco ayudaban a frenar
el avance del virus (sino todo lo contrario), inició una lucha personal en contra del sistema, al tiempo
que importaba medicamentos más efectivos del extranjero para uso propio y para vender
a otros portadores del VIH.
Lo que por su temática podría parecer un dramón de
muchísimo cuidado se trata, en realidad, de un producto fresco, perfectamente
conducido y narrado con un ritmo endiablado. Vallée no deja tiempo para el
aburrimiento. Va al grano y huye del efectismo propio del género, intentando
evitar al máximo los posibles pasajes lacrimógenos que podrían inundar un film
de estas características. Haberlos haylos, pero de forma sobria y veraz, sin truculencias y
ciñéndose, en todo momento, a la indiscutible dureza que aporta el tema. Tiene
sentido del humor y potencia, ante todo, la relación de amistad, e incluso
laboral, que nace entre Woodroof y Rayon (impresionante Jared Leto), un
travesti afectado igualmente de SIDA; una ocasión de oro para que el realizador juegue con la aparente homofobia de un personaje como el de McCounaughey y el consciente
acercamiento que acaba haciendo hacia el colectivo homosexual.
Un producto inteligente que, una vez más, entra a
saco en la lucha de un pequeño contra un gigante; un nuevo David y Goliath, en
donde David está simbolizado por la persona como individuo desprotegido y
Goliath por el sistema y sus satélites, tanto corporativos como
gubernamentales. Y allí, en una zona inicialmente neutral pero decantándose a marchas forzadas hacia el lado de David y sus huestes, la doctora Eve (una efectiva Jennifer
Garner que se ha de imponer ante las dos deslumbrantes interpretaciones de Matthew
McConaughey y Jared Leto); una facultativa que iniciará su guerra particular en
el hospital en donde trabaja.
Ya lo saben. El 14 de marzo tienen una
cita con una película valiente, emotiva y ágil en su planteamiento. Y vigilen
con las contraindicaciones de los medicamentos que les receten sus médicos. A las
farmacéuticas siempre les ha preocupado más su propio bolsillo que la salud de
los pacientes. Y si con ello pueden hacer crónica una enfermedad, lo harán.
2 comentarios:
Don Caligae: saque la pala que se ha muerto Dunia Ayuso, la de "Perdona, bonita pero Lucas me quería a mí" y otras cintas olvidables.
Tenía muchas película nefastas, pero Los Años Desnudos no estaba nada mal.
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