Con La Parte De Los Ángeles, Ken Loach se reinventa. Y lo hace sin renunciar a su tónica social habitual, pero añadiéndole un toque de comedia (al igual que hiciera en Buscando A Eric) y un punto de optimismo difícil de encontrar en el grueso de su obra.
La cinta parte de cuatro jóvenes escoceses que,
evitando ir a prisión por haber cometido pequeños delitos, se ven obligados a
realizar trabajos sociales. Allí, influidos por Harry, el asistente social encargado
de su control, descubrirán el universo del whisky y el arte de la cata; un universo
que despertará en ellos una idea delictiva que les podría alejar para siempre
de un futuro incierto.
La Parte De Los Ángeles se centra principalmente en
el personaje de Robbie, un muchacho marcado por una infancia difícil, de
carácter violento y que, a pesar de su juventud, acaba de ser padre por primera vez. Sus terribles y contradictorias ganas de enmendarse, junto al
descubrimiento de poseer un excelente olfato para las catas de whisky y siempre
bajo la estela de Harry y de Leonie, su compañera, buscará una salida a una vida que
parecía marcada desde su nacimiento. Una vía de escape en la que tendrá un
protagonismo muy especial la subasta de una barrica de whisky añejo valorada en
un millón de libras.
Ken Loach y su guionista habitual, Paul Laverty, le
han dado la vuelta a su cine de siempre. Lo que se inicia como un drama social más
dentro de su filmografía, poco a poco cambia de tercio para dirigirse hacia la
comedia; una comedia humanista que desemboca en un film de intriga con gran golpe
incluido.
A destacar la frescura con la que el joven Paul
Brannigan afronta el rol del conflictivo Robbie y la madurez y ternura que
aporta John Henshaw a su peculiar asistente social (un actor con un parecido
físico extraordinario con el desaparecido Ángel de Andrés padre), así como el
perfecto dibujo que Loach y Laverty hacen de cada uno de los miembros del grupo
que les acompaña; una caricatura que, de forma graciosa y al mismo tiempo
respetuosa, plasma la incultura y el desorden social y familiar en el que se
han criado.
Una película sobre segundas oportunidades; un canto
de amor a Escocia, a su whisky y a sus faldas y, ante todo, un tratado de
humanismo en tiempos difíciles que queda perfectamente reflejado en el emotivo
detalle que Robbie le brinda a su educador durante el episodio final. Y
recuerden que, esa parte de los ángeles a la que hace referencia su título, se
localiza en el 2% de alcohol que se evapora al abrirse una barrica de whisky. Este es el
Loach que a mí me gusta: igualmente comprometido aunque dispuesto a renovar su cine.
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