La idea de Noche Loca no es, ni mucho menos, original. De hecho, se trata de un cruce bastardo entre Con la Muerte en los Talones y Jo, ¡Qué Noche!. Del film de Hitchcock roba la confusión de personajes (Thornhill por Kaplan y aquí Foster por Tripplehorn), mientras que del de Scorsese, la idea de hacer transcurrir buena parte de su acción durante una noche de lo más insomne y estrafalaria. El resto lo deja en manos de un (siempre) efectivo Steve Carrell, uno de los comediantes actuales con menos tendencia al histrionismo.
La cinta se acerca a la noche infernal por la que pasará un matrimonio de Nueva Jersey que decide ir a cenar a un restaurante de moda en la ciudad de Nueva York. La apropiación indebida de la reserva de mesa de otra pareja y la aparición de un par de matones que les toman por quienes no son, forman el grueso del leitmotiv del film. A partir de aquí, un sinfín de enredos y de situaciones (más o menos divertidas) con alguna que otra sorpresa en su haber, como la genuina y autoparódica aparición de un Ray Liotta muy puesto (y gracioso) en su habitual rol de matón o la presencia de un fornido espía internacional, de torso desnudo (a lo Charlton Heston), guaperas y follador, al que da vida un inesperado Mark Wahlberg.
La cosa funciona con cierta soltura hasta que ha de enfrentarse al último cuarto de hora. Allí el tal Levy patina estrepitosamente y pierde el control por completo. La moderada exageración de situaciones con las que ha ido avanzando a lo largo de su metraje va a más, dando paso a una astracanada precipitada, sin sentido y con un puntito de moralina sobre la monotonía en el matrimonio y en la vida familiar. Es justo, en ese momento, cuando uno recuerda que el principal responsable es también el artífice, entre otras, de la citada Noche en el Museo, Gordo Mentiroso y Doce en Casa.
No se pueden pedir peras al olmo.
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