16.6.10

¡Jo, qué nochecita!

El canadiense Shawn Levy es un realizador del montón al que le suelen encargar comedias del montón. Tal cual. La Pantera Rosa del 2006 o Noche en el Museo y su secuela, son sólo algunos de los (olvidables) títulos que definen a la perfección el carrerón de un hombre que empezó como actor televisivo y acabó alternando su faceta de intérprete con la de director. Quizás más le valdría no haberse situado jamás tras una cámara. Ahora, con Noche Loca, ha llegado a la cima de su filmografía ya que, sin ser nada del otro mundo, se deja ver con cierto agrado, desmarcándose un tanto de sus fantochadas anteriores.

La idea de Noche Loca no es, ni mucho menos, original. De hecho, se trata de un cruce bastardo entre Con la Muerte en los Talones y Jo, ¡Qué Noche!. Del film de Hitchcock roba la confusión de personajes (Thornhill por Kaplan y aquí Foster por Tripplehorn), mientras que del de Scorsese, la idea de hacer transcurrir buena parte de su acción durante una noche de lo más insomne y estrafalaria. El resto lo deja en manos de un (siempre) efectivo Steve Carrell, uno de los comediantes actuales con menos tendencia al histrionismo.

La cinta se acerca a la noche infernal por la que pasará un matrimonio de Nueva Jersey que decide ir a cenar a un restaurante de moda en la ciudad de Nueva York. La apropiación indebida de la reserva de mesa de otra pareja y la aparición de un par de matones que les toman por quienes no son, forman el grueso del leitmotiv del film. A partir de aquí, un sinfín de enredos y de situaciones (más o menos divertidas) con alguna que otra sorpresa en su haber, como la genuina y autoparódica aparición de un Ray Liotta muy puesto (y gracioso) en su habitual rol de matón o la presencia de un fornido espía internacional, de torso desnudo (a lo Charlton Heston), guaperas y follador, al que da vida un inesperado Mark Wahlberg.

La cosa funciona con cierta soltura hasta que ha de enfrentarse al último cuarto de hora. Allí el tal Levy patina estrepitosamente y pierde el control por completo. La moderada exageración de situaciones con las que ha ido avanzando a lo largo de su metraje va a más, dando paso a una astracanada precipitada, sin sentido y con un puntito de moralina sobre la monotonía en el matrimonio y en la vida familiar. Es justo, en ese momento, cuando uno recuerda que el principal responsable es también el artífice, entre otras, de la citada Noche en el Museo, Gordo Mentiroso y Doce en Casa.

No se pueden pedir peras al olmo.

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