11.6.10

La male leche de Dios siempre es perdonable

Legión forma parte de ese grupo de películas fantásticas llenas de (molestas) connotaciones religiosas. Dios, ángeles y castigos divinos a manta. Poca cosa nueva para el debut como director de Scott Stewart, hasta el momento un hombre metido de lleno en la industria de los efectos especiales. De hecho, su film, es todo un conglomerado, un tanto desordenado, de títulos como Terminator, Los Diez Mandamientos y Río Bravo, entre otros muchos.

Dios esta mosqueado. Los hombres le han salido rana y, para sacarse de encima las malas pulgas y poner fin a tanto desmadre en la Tierra, decide enviar un batallón de ángeles para proceder al temido Apocalipsis. Pero Michael, un angelote que decide desobedecer los órdenes del supremo, opta por convertirse en improvisado guardián de una joven embarazada en cuyo vientre acuna al que podría ser el Salvador de la Humanidad. La homilía religiosa no ha hecho más que empezar.

La película arranca bien, con ritmo. En cuanto a la llegada a la Tierra de Michael, fusila, sin reparos, el inicio de la segunda entrega del citado Terminator, pero en plan halado y siguiendo los tics de la serie B. Hace gala de una presentación de personajes excelente. La manera de acercarse al grupo que está reunido en el interior del bar de Bob Hanson es encomiable. Con los mínimos detalles posibles, logra que el espectador se haga una idea rápida de cada uno de los personajes protagonistas. El resto ya es pura cinefilia: un local solitario en medio del desierto; una tensión extrema en espera de próximos sucesos y algún que otro susto bien metido en la historia.

La cocción parece perfecta. El primer aviso del peligro que se avecina tiene su coña (atención a la anciana dentada) y su engranaje sigue prometiendo lo mejor. Pero “lo mejor” se acaba pronto, a la media hora de proyección. De repente, los tópicos empiezan a sucederse uno detrás del otro y todo el buen planteamiento inicial se desmorona como un castillo de naipes, dando paso a un trabajo previsble cargado de una fuerte dosis de religión vía intravenosa. Suerte que, para compensar, se monta un inmenso guiño argumental a esa oficina sitiada del sheriff en la magistral Río Bravo.

Ángel va y ángel viene. La filosofía de la película tumba de espaldas: Dios todopoderoso existe. Castiga a la Humanidad con escarmientos de lo más violentos porque sus criaturitas se han vuelto malvadas. Él no tiene mala leche, lo hace por nuestro bien. Aunque parezca un cabronazo de mucho cuidado, Dios es bueno.

Pues eso. Un planteamiento exquisito, un desarrollo de lo más cantado y, como propina, un sermón religioso de los duros, de los de la vieja escuela. Lo que hay que aguantar en el cine.

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