Planteada como un gran homenaje a la ciudad siciliana en la que naciera su director y, al mismo tiempo, como un fresco histórico capaz de retratar parte de los primeros ochenta años del pasado siglo XX, Baaría peca de una falsa opulencia cinematográfica que desdibuja la mayor parte de pasajes de una cinta construida de modo lineal aunque de forma sincopada, dando la impresión de tratarse de un conglomerado de pequeños cortometrajes que, en su unión correlativa, dan (más o menos) vida al devenir de tres generaciones de una misma familia del lugar, los Torrenuova, aunque centrándose ante todo en Peppino, uno de los miembros de la generación intermedia, un pastor en su infancia que, de mayor y a golpe de injusticias sociales, optó por militar en el Partido Comunista.
Un poco de todo (y de todos los colores) al servicio de una película cargada de pretensiones épicas. Fantasía, romance y una elevada dosis de crítica social y política son sus principales ingredientes. Arremete contra la mafia, los poderes fácticos, la Democracia Cristiana y el comunismo. No en vano, en este aspecto, el mismísimo Silvio Berlusconi, propietario de Medusa Film, productora de Baaría, se ha mostrado satisfecho con los resultados finales.
A pesar de sus 150 minutos de metraje y de causar cierta sensación de precipitación en todo cuanto expone, no aburre en absoluto. Su formato narrativo está provisto de una energía y un ritmo imparable, lo cual hace perdonable su (ficticia) dispersión argumental. Apunta bien en sus numerosos momentos de comedia, aunque aún atina, más y mejor, con aquellos fragmentos que ha de afrontar a través de un subido tono de emotividad, la verdadera especialidad de Tornatore y en los que, a ciencia cierta, juega un papel fundamental la excelente y sensible banda sonora compuesta por Ennio Morricone, uno de sus colaboradores habituales.
En definitiva, Baaría se me antoja un producto irregular, cargado de buenas (y no tan buenas) intenciones, pero que destaca sobremanera por la fuerza que emana de muchas de sus imágenes. La carrera por las calles de la población con la que el pequeño Pietro (el hijo de Peppino) abre la cinta, o la escena en la que una brillante Margareth Madé decide refrescar el suelo de su casa ante el sofocante calor exterior, son una buena muestra de ello. Por lo demás, resaltar la eficiente colaboración de una envejecida Ángela Molina o el ingenioso cameo de una fugaz Monica Bellucci en un claro guiño a la estanquera de la felliniana Amarcord.
Un mucho de cine sin pulir al cien por cien.
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