Saltó a la fama pateando las calles de Nueva York al lado del detective Popeye, el alias por el que se conocía a su compañero de fatigas en la brigada de antinarcóticos a la que estaban asignados. La película era The French Connection y su personaje atendía por Buddy Russo. Gracias a su labor en este título consiguió su primera nominación al Oscar. Su nombre era Roy Scheider, un secundario de lujo que, en pocos años, alcanzó el estatus de estrella para después, y de forma inexplicable, ser relegado a protagonizar rancios productos de bajo presupuesto y destinados, la mayoría de ellos, a las estanterías más recónditas y escondidas de los vídeo-clubs.
Hoy, a la edad de 75 años, ha decidido atender la llamada de esa bella Angelique que, disfrazada de Muerte y bajo la tentadora apariencia de una guapísima Jessica Lange, se lo llevaba al otro barrio en una de las escenas más recordadas y aplaudidas de All That Jazz, el musical autobiográfico de Bob Fosse por cuyo trabajo logró su segunda y última nominación.
Al menos para mí, su imagen como sheriff de Amity Island y como hermano de Dustin Hoffman en la tensa Marathon Man, siempre estarán muy por encima de la de ese Capitán Nathan Bridger al que dio vida, a principios de los 90, en la televisiva e irregular SeaQuest.
Definitivamente y a pesar de sus valores, ha sido uno de los actores norteamericanos más injustamente desaprovechados de los años 70. Por desgracia, los que más notarán su ausencia son los propietarios de salones provistos de Rayos Uva. A partir de ahora, sólo Julio Iglesias les seguirá manteniendo el negocio a flote.
Descanse en paz... a pesar de no poder lucir, nunca más, esa tez tan morena que le caracterizó durante las dos últimas décadas.
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