Ahora O Nunca es un film pequeño, sencillo y agradable. Un título del que, para disfrutarlo, es aconsejable no buscarle tres pies al gato. Está claro que, viendo sus resultados, Reiner no ha perseguido la consecución de un clásico imperecedero de la comedia ni nada parecido. Sencillamente ha juntado a dos monstruos de la escena y, tras convertirles en un par de enfermos de cáncer con nulas esperanzas de vida, los ha encerrado en la misma habitación de un hospital. Dos caracteres distintos y dos personajes procedentes de estratos sociales y raciales totalmente opuestos, aunque unidos por un mal idéntico. Lo que en breves palabras podría parecer un dramón de mucho cuidado es, en realidad, una comedia afable, dotada de cierto aire de fábula y con una fuerte carga de emotividad en su haber.
Lo mejor se encuentra en sus dos protagonistas, una extraña pareja que, a punto de traspasar la frontera y antes de iniciar el último viaje, deciden unir sus fuerzas y cumplir aquellos deseos que jamás llegaron a realizar en sus respectivas vidas; deseos que, por cierto, quedan reflejados en un amarillento papel a través de una larga lista confeccionada, mano a mano, por ambos; la misma lista a la que se hace referencia en su título original (The Bucket List) y a la que Morgan Freeman, recurriendo a la sabiduría de los viejos filósofos, ha bautizado como la lista del condenado.
A todos los niveles, su primera media hora -la cual transcurre entre las cuatro paredes de una habitación- resulta encantadora: desde las brillantes actuaciones de ambos hasta la genialidad divertida y fresca de sus diálogos, pasando también por la atractiva simplicidad de su puesta en escena. Después, Ahora O Nunca, al intentar desdramatizar demasiado la historia, pierde un poco ese puntito de ingeniosidad inicial para adentrarse en terrenos mucho más ligeros y, en el fondo, demasiado astracanados y artificiosos.
Los viajes alrededor del mundo, y algunas de las aventuras realizadas por el par de moribundos, resultan quizás lo más flojo (por no decir fallido) de la película. Lo que en un principio discurría por los cauces de la comedia más intimista y entrañable, da un vuelco hacia el desmadre excesivo y durante el cual, tanto Nicholson como Freeman, aprovechan para aparcar su sobriedad y dar rienda suelta a su reprimido histrionismo. Por suerte, no se trata más que de breves retazos (perdonables debido a su aspecto de cuento fantasioso) intercalados entre un montón de momentos en los que la ternura y el sentido del humor vuelven a cobrar una fuerza especial.
Un film afable y divertido; sencillo y efectivo que, pese a sus latentes e indiscutibles irregularidades, ofrece al espectador un regalo impagable: el de poder gozar con la labor conjunta de un par de tipos tan peculiares y gigantescos como son sus dos protagonistas principales. Una pareja chiflada pero de excepción.
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