Pozos de Ambición, más que una gran película épica (tal y como la están vendiendo), es un claro y cansino ejercicio de minimalismo cinematográfico. Sus veinte primeros minutos, exentos de cualquier diálogo; la extraña banda sonora de Jonny Greenwood, compuesta a golpes de violines desafinados y de irritantes vibraciones, o la muy esperpéntica interpretación de un engreído Daniel Day-Lewis, son algunos de los puntos que demuestran el citado afán minimalista con el que Paul Thomas Anderson ha tratado su cinta.
A medio camino entre Gigante y Ciudadano Kane, Pozos de Ambición plasma el camino que deberá recorrer Daniel Plainview, un circunspecto buscador de petróleo, en su lucha por conseguir la posesión de unos terrenos cuyas tierras parecen plagadas del preciado oro negro. Haciendo alarde de su espíritu solitario y huraño, acudirá al lugar tan sólo en compañía de su hijo; un niño que, convertido en la sombra de su padre, intentará comprender y aprender de éste todo tipo de ardides para tirar adelante el negocio. Un juego en el que valen todo tipo de estrategias y en el cual, la mentira y la avaricia, adquieren un papel importante. Amor y odio. Religión y engaño. Falsedad y codicia. Crimen y castigo... Conceptos, todos ellos, que van apareciendo y confrontándose a medida que el personaje de Daniel Plainwiev va tornándose más irritante y abusivo.
Paul Thomas Anderson centra su mirada en la relación establecida entre ese padre ambicioso y su pequeño hijo y, al mismo tiempo, en el enfrentamiento que el primero mantiene con un joven y truculento predicador (un histriónico Paul Dano de cierto parecido físico con Messi); un cínico apóstol de la Iglesia de Pentecostés en Little Boston, la localidad en la que Plainview pretende hacerse millonaria a costa de la explotación de su petróleo. Un enfrentamiento moral y religioso que, por momentos, se me antoja tan surrealista como patético y que, al mismo tiempo, conlleva los pasajes interpretativos más pasados de rosca de la película. Un buen ejemplo de ello se localiza en una de las escenas cumbres del film, la cual transcurre en la bolera del domicilio del petrolero y en la que un Day-Lewis sin control alguno se desmelena a sus anchas, cayendo incluso en la más ridícula de las actuaciones. Ver para creer: un crítico de Fotogramas, del cual no pienso citar su nombre, asegura que la de Daniel Day-Lewis es la mejor interpretación de un actor en los últimos veinte años. Tela marinera. Con muchas afirmaciones similares, no es de extrañar que el Danielito se lo acabe creyendo y vaya por la vida de sobrao.
Sin lugar a dudas, éste es el trabajo más pretencioso (y al mismo tiempo fallido) de Paul Thomas Anderson, tanto por su hermetismo visual, argumental y escénico como por la nula definición otorgada a la mayoría de personajes secundarios que aparecen (y, sobre todo, desaparecen) a lo largo de su dilatado y exagerado metraje. Y digo exagerado ya que, debido a lo poco que cuenta, Pozos de Ambición acaba siendo un producto vacío, repetitivo y totalmente aburrido.
Casi siempre me ha resultado difícil entender la política de nominaciones al Oscar, aunque nunca hasta ahora me habían parecido tan ilógicas como las ocho que ha obtenido este film. Tutatis aumente las dioptrías a los miembros de la Academia.
Según cuenta el propio realizador, antes de emprender el rodaje y durante un año entero, cada noche le daba un vistazo a El Tesoro de Sierra Madre. Quizás hubiera necesitado tres o cuatro años más para hacerse a la idea de lo que significa el buen cine.
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