7.10.16

SITGES 2016: Jornada 1 (de embarazadas acosadas, monstruos imaginarios, resurrecciones traumáticas y zombis ferroviarios)

Pues nada, que hoy ya he empezado con la vorágine anual del festival de Sitges; un certamen que ha abierto sus puertas con el film español Inside, una producción rodada en inglés, con guión firmado nada menos que por cinco personas (entre ellas Jaume Balagueró, el de la saga [REC]) y dirigida por Miguel Ángel Vivas, el mismo que en el 2010 presentara en este festival la interesante y contundente Secuestrados. Inside es, ni más ni menos, que un remake de la francesa À l’Intérieur (igualmente vista en Sitges), en donde se suaviza la brutalidad y el horror gótico que abrigaba la cinta original. Mucho mejor filmada y más digerible que ésta, la película falla y pierde fuelle al entrar en sus delirantes veinte minutos finales, en los que el equipo de guionistas (por completo) pierde un tanto la chaveta para adentrarse en derroteros nada creíbles y un tanto absurdos. De todos modos, queda como una loable intención de pulir los excesos gores de la primera a la hora de narrar el acoso que sufre una mujer viuda y embarazada por parte de otra fémina dispuesta a arrebatarle, al precio que sea, la criatura que está esperando. Poquita cosa, pero al menos no aburre.


A continuación, y en un pase especial para escuelas en el Auditorio del hotel Meliá, se ha proyectado Un Monstruo Viene a Verme, la nueva película de J. A. Bayona y a la cual no teníamos acceso los acreditados de prensa en el certamen aunque, por fortuna, tuve la posibilidad de visionarla esta misma semana en una proyección especial en Barcelona. De nuevo, el director barcelonés y al igual que hizo con la sobrevaloradísima Lo Imposible, entra a saco con una historia que busca desesperadamente emocionar a las plateas para hacer que los espectadores gasten kleenex a mansalva mediante el mal rollo de un chaval de 12 años de edad, con los padres separados y una madre tocada por un cáncer terminal, que intentará alejar sus fantasmas personales mediante la relación que establece con un monstruo imaginario que le ayudará a enfrentarse a su tragedia familiar. Técnicamente impecable y con unos actores más que perfectos en sus respectivos papeles (atención al joven Lewis MacDougall, a Sigourney Weaver, a Felicity Jones y, ante todo, a la impresionante voz que Liam Neeson le otorga a la figura del monstruo), la cinta entra en terreno resbaladizo por culpa de ese enfermizo hincapié en tocar la fibra sensible del espectador sin apenas conseguirlo. Y eso que yo soy de lágrima fácil ante historias que emocionen mínimamente pero, si les he de ser franco, ésta me ha dejado de lo más frío. Es una lástima que un realizador que domina a la perfección todo el aspecto técnico y actoral, se empeñe tanto en eso de buscar la lágrima fácil de manera equívoca.



Mateo Gil, el de Nadie Conoce a Nadie y el western Blackthorn, ha presentado Proyecto Lázaro, un film de ciencia ficción, en exceso reposado y reiterativo en muchos aspectos, que supone una nueva vuelta de tuerca sobre el tema de la inmortalidad, en este caso mediante la resurrección de seres humanos tras años de crionización tras la muerte. Ambientada en un futuro no muy lejano, la cinta se centra en el personaje de Marc Jarvis, un joven diagnosticado por un cáncer terminal (de nuevo otro cáncer en la jornada de hoy) y que decide suicidarse antes de ser consumido por la enfermedad para así donar su cuerpo a una empresa dispuesta a hibernarlo y ser devuelto a la vida casi 100 años después. La cosa, en un principio, promete. Pero el ritmo lento con el que el realizador afronta la narración, el exceso de flahs-backs innecesarios que adornan la misma y una cansina voz en off que envuelve casi todo su metraje, han provocado más de un bostezo durante sus casi dos horas de proyección. Un quiero y no puedo, lleno de interesantes referencias puntuales (tanto religiosas como a las del mito del monstruo de Frankenstein) y del que cabe destacar la presencia de una interesante Oona Chaplin. La cinta no ha convencido a casi nadie pero, a pesar de sus múltiples errores y a su autocomplacencia narrativa, he de reconocer que a mí no me ha molestado tanto como a otros espectadores. Rarezas que tiene uno.


Personalmente, he finiquitado la jornada con Train To Busan, un esperado film de Corea del Sur que, dirigido por Yeon Sang-ho, narra las peripecias de un grupo de pasajeros cuando, en el interior de un ferrocarril que hace la ruta de Seoul a Busan, han de enfrentarse a un grupo de muertos vivientes tras una hecatombe zombi que asola a todo el país. La cinta tiene nervio y entretiene gracias, en su mayor parte, a las numerosas escenas cachondas y trepidantes en donde centenares de catervas de zombis, de esos medio contorsionistas y de los que corren que se las pelan, se muestran dispuestos a emular el estilo acelerado de los de Guerra Mundial Z, título con el que tiene más de un punto de contacto. Cuando la cosa se centra más en la relación de un padre y su hija pequeña (los principales protagonistas de la historia), Train To Busan pierde gas y, por momentos, hasta llega a rozar el ridículo. La melaza nunca entra bien metida a saco en este tipo de productos. Divertida, aunque previsible y en exceso machacona con lo del papaíto y la niñita. Lástima que su final no sea mucho más valiente y contundente. Como curiosidad, señalar que esta misma noche y dirigida igualmente por Yeon Sang-ho, se proyecta Seoul Station, un preámbulo de esta misma cinta aunque en formato de animación, la especialidad del director. Pero a esta película servidor ya no llegará: es en sesión golfa y mi cuerpo necesita estar en forma para afrontar la jornada de mañana.


En el próximo post, un poco más de este Sitges 2016.

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