Wes Anderson sigue fiel a su estilo, haciendo gala
de su particular sentido del humor y adentrándose en terrenos narrativos (y
descriptivos) un tanto arriesgados,aunque, en esta ocasión, con El Gran Hotel Budapest, ha intentado rizar el rizo en todas sus variantes, jugando con
distintos formatos cinematográficos y adentrándose en una locura colectiva que,
por sus excesos, acaba pesando y resultando un tanto indigesta para el
espectador.
El Gran Hotel Budapest transcurre en distinta épocas
y en distintos niveles. Es como una gigantesca muñeca rusa (tanto por sus numerosas
capas como por su vistoso y colorido aspecto) que, partiendo de un larguísimo
flash-back, avanza y retrocede en una laberíntica trama, llena de personajes a
cual más extravagante, que muestra la relación de amistad entre M. Gustave, el
gerente de un lujoso hotel balneario de un imaginario país centroeuropeo, y
Zero Moustafa, un joven aunque atrevido botones empleado en el local.
Ambientada, en su mayor parte, entre guerras y durante
el nacimiento del nazismo, Anderson mezcla, en su laberíntica historia, el robo
de un cuadro renacentista millonario, una muy peculiar historia de amor y la
lucha de varios indeseables por conseguir la herencia de una anciana millonaria.
Por el camino, de regalo, una de las fugas grupales carcelarias más
alucinantemente divertidas y surrealistas de la historia del séptimo arte.
El gran problema de este multiforme hotel Budapest es que, una
vez sobrepasada la mitad de su metraje, justo después de la citada fuga, la
película queda encallada en un punto de no retorno. Las burradas que propone Wes
Anderson a la platea ya empiezan a sonar a repetitivas; el cuidadísimo look
visual de la cinta, superado su primer impacto, deja de sorprender, al
tiempo que su abigarrada amalgama de rostros populares, que aparecen y
desaparecen continuamente de pantalla, acaba siendo un poco agobiante, y más
cuando la mayoría de ellos tan sólo ejercen de meras comparsas sin mucha (o ninguna)
trascendencia argumental.
La cuestión es seguir mimando a sus actores
habituales, aunque sea mediante puros cameos, ya que el peso específico del
film recae en un excelente Ralph Fiennes y en el desconocido aunque efectivo
Tony Revolori (el joven Zero Moustafa) quien, en ningún momento, se deja
amilanar por la presencia, siempre imponente, de gente como Jeff Goldblum, Bill
Murray, Tilda Swinton o Edward Norton, entre otros muchos.
Un festival Wes Anderson en estado puro, con ganas
de romper esquemas establecidos pero que, por su afán destructivo y gamberro
así como por su preocupante dispersión temática y genérica (cambios de formato incluidos),
se le escapa un pelín de las manos.
1 comentario:
Hola,
Te escribo del equipo editorial de Weblogs SL para hacerte una propuesta de colaboración. He intentado ponerme en contacto contigo a través del email pero no he tenido respuesta. ¿Puedes escribirme a sergio.gonzalez (arroba) weblogssl.com?
Muchas gracias
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