Ocho Apellidos Vascos es la comedia española de
moda. Y además se lo merece, tanto por su frescura como por su ritmo
narrativo y la cantidad de gags y situaciones jocosas que contiene. Dirige
Emilio Martínez Lázaro, un hombre especializado en el género que, desde que se
había alejado de él, no daba pie con bola. Ahora, apoyado en el guión por gente
como Borja Cobeaga y Diego San José, ha vuelto a urdir una historia ingeniosa
que tiene, como principal referente, a la francesa Bienvenidos al Norte.
Su argumento es extremadamente sencillo, aunque
efectivo. Se trata de juntar dos polos opuestos: un andaluz y una vasca, ambos
de pura cepa y con la cultura y las costumbres propias de su tierra muy
arraigadas. El atiende por Rafa, ella por Amaia. Ella detesta toda señal de
españolismo; él disfruta con el folklore y la marca España. Ambos coinciden en
Sevilla de forma accidental y, a pesar del repelús mutuo inicial, algo indica
que podrían funcionar como pareja. Ni corto ni perezoso, cuando ella regresa a
su pueblecito en Euzkadi, Rafa decide liarse la manta a la cabeza y viajar
hasta el lugar para iniciar el flirteo... aunque tenga que hacerse pasar por
vasco antes los familiares y conocidos de Amaia.
A pesar de ser un producto construido a golpe de
tópicos, la cosa tiene su gracia. Los utiliza de forma correcta y siempre en el
lugar y momento precisos, consiguiendo de este modo algunos chistes ciertamente celebrados
que ayudan a digerir como la seda un producto que, a priori, podría haber sido de lo
más previsible y estándar. De hecho lo es, pero su soltura narrativa y el sorprendente
desparpajo interpretativo de Dani Rovira en su debut cinematográfico, se
encargan de tapar las debilidades de un film pequeño hecho con mucho humor y cariño.
Es evidente que, para su correcto engranaje, resulta imprescindible la química existente entre la pareja protagonista, el citado
Dani Rovira y Clara Lago, un malagueño y una madrileña que, en la película, se
meten respectivamente en la piel de un sevillano y una vasca y, ante todo, en
el espléndido trabajo de un Karra Elejalde descomunal que, por derecho propio,
se convierte en lo mejor de Ocho Apellidos Vascos. Y es que el hombre, dando
vida a Koldo, el padre de Amaia, se mueve como pez en el agua, dejando al resto
del reparto un tanto desdibujados cada vez que sale en pantalla.
La cinta es fresca y atrevida. Curiosamente, rompe
moldes desde el tópico y se atreve a introducirse en el corazón del País Vasco
sin complejos ni cortapisas políticas de ningún tipo. Un divertimento sugestivo
que quizás habría funcionado aún mejor si la dirección, en lugar de en el
clasicismo inevitable vertido por Martínez Lázaro, hubiera recaído en Borja Cobeaga, uno
de sus dos guionistas y realizador de un par de comedias de lo más campechano:
Pagafantas y No Controles, así como de la serie televisiva de la ETB Vaya Semanita.
3 comentarios:
Bastante mala.
Y lo que me reí yo con esta peli, qué? Amos, una hartá de no parar. A ver si hay suerte y es verdad que hacen la de los catalanes, pero la que no me pierdo es la de los murcianos, que seguro que alguno es como mi padre (que es murciano)... es que los madrileños somos tan sosos que una sobre nosotros sería un coñazo
La película representa una buena crítica de los tópicos vascos, pero también de los andaluces. Aunque te rías no pienso que sea un peliculón y tan sólo recomiendo verla una vez.
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