14.1.13

Con la muerte en los talones


Amor es la prueba palpable de que el cine del alemán Michael Haneke es duro y difícil a partes iguales. Duro debido a las temáticas que suele afrontar, y difícil por su particular narrativa; una narrativa que, por su lentitud expositiva y por esa cantidad innumerable de planos inmóviles e interminables, puede resultar complejo para muchos espectadores.

Inevitablemente, Amor posee las dos constantes. Por un lado, a través de un matrimonio octogenario, se acerca a una temática tan áspera como la de la tercera edad, la enfermedad y la degradación del cuerpo y la mente humanas, así como al derecho a una muerte digna. Y, por el otro, ello lo trata mediante su ya habitual y soporífero estilo narrativo, cosa que, en parte, merma un tanto la posibilidad de comunicar emotivamente y al cien por cien con la platea. A pesar de ello y debido al hiperrealismo con el que se plasma la relación de los dos ancianos, en ciertos pasajes llega a colapsar por completo los sentimientos del público.


La cinta se beneficia del brillante trabajo de sus actores. Jean-Louis Trintignant (alejado de las pantallas desde el 2004) y Emmanuelle Riva son Georges y Anne, esa pareja longeva, profesores de música retirados, que tendrán que superar una de las pruebas más espinosas de la condición humana, mientras que Isabelle Huppert, en una breve aunque consistente colaboración, borda el rol de una hija que no acaba de comprender la forma de actuar de un padre ante la inminente muerte de su madre.


Amor es como una especie de obra teatral minimalista. La cámara prácticamente no sale del domicilio del matrimonio protagonista. Indaga por todos los rincones de éste y, si es necesario, hasta se cuelga como una musaraña con primeros planos de las obras pictóricas que adornan sus paredes; un truco muy a lo Haneke para entusiasmar a la gafapastada y, al mismo tiempo, provocar cierta sensación de sopor en el resto de los parroquianos. Un sopor que, por cierto, rompe y anula totalmente a través de una escena lapidaria, tan cruda como inesperada; una escena sobre la cual se ha orquestado todo su argumento.

Un vaivén de impresiones contradictorias componen el metraje del film, desde esa sensación de aburrimiento que puede provocar el asistir, desde las sombras, a la intimidad del devenir diario y cansino de una pareja ante la enfermedad, hasta la sorpresa gélida (y en el fondo muy lógica y humanitaria) de la escena antes citada. En definitiva: Haneke aburre y conmociona a partes iguales. Y es que el tipo, por muy pedantillo que sea su cine, se mantiene fiel a sus principios: el mal rollo como gran paradigma y el silencio más categórico como resolución final.

7 comentarios:

Crítico Maldito dijo...

A mí me encanta Amour. Y Haneke me fascina. Tema que coje, tema al que le da su sello personal. Su personalidad es arrolladora. Desde Funny Games este hombre me tiene fascinado. Aunque hay películas que me gustan más y otras menos, naturalmente...

caligula dijo...

Funny Games, Caché y sobre todo La Pianista, vale, bien. Pero sigo sin verle el interés a La Cinta Blanca. No sé ni de qué va.

Spaulding dijo...

A mí, La Cinta Blanca, me aburre soberanamente... y La Pianista, un tanto de lo mismo. Lo mejor de Haneke, a mi gusto, es Funny Games.

Amor me parece una película cargada de muy buenas intenciones, pero que que no me acaba de convencer por lo soporífera que me resulta.

El Señor Lechero dijo...

Carne de cines renoir, por lo que veo.

caligula dijo...

Enterrando:

Se ha muerto Nagisa Oshima, aquel que dirigió El Imperio de los Sentidos y una cosa rara con el raro de David Bowie

http://www.elmundo.es/elmundo/2013/01/15/cultura/1358249403.html

caligula dijo...

Seguimos con la pala. Apunte:

Fernando Guillén... ya tenía 81 tacos, pero no deja de pillarme por sorpresa.

El Señor Lechero dijo...

Marido de la Cuervo, padre de la Cuervo y del Guillén. La Cayetana es la oveja negra de la familia, por ser tan mala rematadamente mala actriz.