18.1.13

Virgen a los 40


Las Sesiones es un film pequeño, aunque grande en exposición, humanismo y en el modo de afrontar un tema tan peliagudo como el del sexo en el mundo de los minusválidos. Dirige Ben Lewin, un hombre nacido en Polonia, hijo de emigrantes australianos y afincado en los Estados Unidos.

Siguiendo los pasos de la reciente Intocable, Las Sesiones cuenta la historia real de Marc O’Brien, un hombre de 38 años que, afectado de polio a temprana edad, lleva toda su vida dependiente de un pulmón de acero. Su cuerpo, de cuello para abajo, está totalmente impedido, aunque no ha perdido la sensibilidad, con lo cual tiene las mismas necesidades sexuales que el resto de adultos. Sus atípicas y calentorras confesiones con un párroco muy especial y la tanda de sesiones que vivirá con una terapeuta sexual, le darán un tono muy distinto a su complicada existencia.


Ambientada en los años 80 en la ciudad de Boston, la cinta de Lewin, al igual que la citada Intocable, rehúye cualquier tipo de moralina y apuesta por la comedia. Una comedia tierna y emotiva que, inteligentemente, se aleja en todo momento de provocar la lágrima fácil en el espectador. Apuesta por el positivismo y el sentido del humor, al tiempo que se acerca a la religión desde una óptica crítica aunque no destructiva.

  
De narrativa ágil y yendo al grano en todo momento, la película, aparte de su excelente guión y sus brillantes diálogos, se apoya en el trabajo de tres actores de solemnidad: John Hawkes, rompiendo con sus habituales personajes oscuros (recuerden su inquietante rol en Winter’s Bone), se transforma en ese magnético Marc O’Brien que, desde su invalidez, lucha por vivir su sexo y perder la virginidad al igual que cualquier otro hijo de vecino; una inmensa Helen Hunt (merecidamente nominada al Oscar por esta interpretación) que, de forma valiente y sin tapujos (casi con 50 tacos a sus espaldas, no hace remilgos por mostrar su cuerpo desnudo), se mete en la piel de Cheryl, esa “sustituta sexual” que, a través de sus sesiones terapéuticas, se ganará el corazón de su cliente y, por último (sin olvidar por ello a un buen número de secundarios espléndidos), un "rumboso" William H. Macy dando vida a un insólito párroco que se convierte en el consejero y amigo del postrado O’Brien.


No más de hora y media de proyección al servicio de un producto agradable, sencillo, divertido y efectivo; diría yo que casi, casi, imprescindible. En los tiempos tan oscuros que vivimos, bien vale la pena dejarse llevar por las emociones que desprenden Las Sesiones. Y es que un buen chute de pragmatismo y buen rollo nunca va nada mal.

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