7.12.12

El Robin Hood de los ricos

Cuatro años después de su fallida Edén al Oeste, el griego Costa-Gavras, símbolo inequívoco del cine comprometido y del thriller político, regresa con El Capital, una cinta que arremete directamente contra la banca y, ante todo, con aquellos que, con su avaricia, han gestado la crisis económica y social actual.

El Capital se centra en Marc Torneuil, un sicario de la banca que, al enfermar el presidente de la entidad francesa para la que trabaja, acaba convirtiéndose en su sucesor; un sucesor que, inseguro en su lugar de trabajo por las artimañas que se huele por parte del consejo de administración, optará por organizar su propia partida: una partida en la que todo valdrá, desde despidos masivos a oscuras estratagemas con un grupo bancario norteamericano.


La película suelta verdades como puños. Arremete contra la globalización y destaca la falta de escrúpulos de un grupo de personajes que sólo piensan en agrandar sus bolsillos, sin preocuparles en lo más mínimo el daño social que con ello puedan causar. Pero, a pesar de sus buenas intenciones, a Costa-Gavras le falta esa rabia narrativa que tanto deslumbrara en títulos como Z, Missing o incluso la más reciente y espléndida Arcadia. El Capital es un producto sin alma. Incluso diría que hasta condescendiente con esa especie de Robin Hood de los ricos que representa el personaje de Marc Torneuil; ese ingrato capitalista al que, por momentos, intenta humanizar y que no hace más que robar a los pobres para dárselo a los ricos.

Quizás la elección de un cómico como Gad Elmaleh para dar vida a ese capitalista sin escrúpulos, no sea la más adecuada, ya que su sosa interpretación no provoca en la platea el efecto de irritación suficiente como para terminar odiándole. De hecho, y a pesar de la endeblez de su actuación, la cinta es todo un festival Elmaleh, ya que no hay ni un solo minuto en el que el actor no esté presente.


Es una lástima que el realizador se guarde la cólera acumulada sólo para un par de escenas muy concretas: la de la comida en familia, con la presencia de un pariente contestatario y, ante todo, el pequeño y cínico discurso final de Tourneil dirigiéndose directamente a la cámara; un alegato que no es más que una sonora bofetada al espectador para que reaccione de una puta vez ante la que nos está cayendo.

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