Sinister es una más de tantas películas sobre casas
encantadas. Ni aburre ni defrauda, pero tampoco aporta nada nuevo al género. De
esas que yo denomino de “encefalograma plano”. En este caso, se acerca a las
vivencias de un escritor que, buscando información para su nuevo libro, se
traslada, junto a su mujer e hijos, a la casa en la que fueron asesinados todos
los miembros de una familia. Un festival Ethan Hawke (prácticamente no hay
escena en la que no salga) al servicio de un producto típico y tópico. Correcto
pero preocupantemente previsible. De Scott Derrickson, el mismo que tuvo el morro de colar El Exorcismo de Emily Rose como un caso real.
Por la tarde, una comedia protagonizada por Simon
Pegg, un actor cuya presencia ya empieza a ser bastante habitual en Sitges: no
hay año que no salga en alguna de las películas del certamen. En esta ocasión
lo hace con A Fantastic Fear of Everything, un título británico que, dirigido
al alimón por Crispian Mills y Chris Hopewell, se acerca a los terrores paranoicos
de un guionista televisivo quien, durante sus investigaciones para una serie sobre criminales célebres de la Inglaterra Victoriana, empezará a ver a posibles
asesinos dispuestos a llevárselo al otro barrio en menos que canta un gallo. La
cosa no empieza mal. La historia obsesiva que expone tiene su gracia, pero a la
media hora uno acaba cansándose, tanto de su tratamiento como de la
sobreactuación con la que Simon Pegg afronta a su histérico personaje. Después el invento
va hacia otros derroteros (más patéticos si cabe) y, aun conservando el mismo
hilo conductor, se convierte en otra película (¿por eso lo de los dos directores?) en la
que el escritor, al intentar superar una de sus fobias, habrá de enfrentarse a
un serial killer en el interior de una lavandería nocturna. Este fragmento,
por su temática y ambientación escénica, me recordó a otra cinta, igualmente
prescindible, presentada el año pasado en este mismo festival: El Callejón
de Antonio Trashorras.
To be continued…
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