16.6.11

El pasaje del terror

James Wan, el responsable directo de la saga Saw, en Insidius, su nuevo film, deja a un lado los horrores sanguinolentos para centrarse en un terror más psicológico en donde fantasmas y poltergeists campan a su libre albedrío. La excusa: un matrimonio con tres hijos empieza a sospechar que la nueva casa a la que se han mudado podría estar embrujada.

Una línea argumental de lo más tópico le servirá al realizador malayo para buscar la originalidad a través del juego que propone al espectador: ir cambiando de estilos dentro del acotado género en el que se mueve. Así, su primera parte, en la que logra una atmósfera terrorífica que consigue atemorizar de verdad, se muestra mucho más clásica y formal, recurriendo, en todo momento, al espíritu de las cintas con mansiones malditas como grandes protagonistas.

En su parte central, aún conservando la misma esencia de su inicio, apuesta por una ensalada llena de espíritus malignos y efectos especiales totalmente acorde con el Poltergeist de Tobe Hooper, abriendo además la posibilidad de que el culpable de los fenómenos extraños que se suceden sean cosa de su comatoso hijo mayor, postrado en cama debido a un accidente doméstico. El ambiente sigue siendo igual de enrarecido e inquietante que en su magnífico prólogo.

La pena es que, en su último pasaje, Wang pierde los papeles y transforma todo su milimetrado trabajo anterior en un circo sin sentido. Un viaje a un universo paralelo es su justificación. La serie zetosa invade de lleno Insidius, rematando su entrada al otro lado del espejo de manera banal y sin esa atmósfera tensa y acojonante con la que se mantenía hasta el momento.

De un producto elegante, filmado con inteligencia y lleno de imágenes realmente aterradoras, da un salto de método y de calidad y se adentra en una especie de peliculilla barata, muy a lo Roger Corman de los 60, pero sin la desbordante imaginación que caracterizó la filmografía del citado director. Una manera como otra de desmontar un planteamiento ciertamente prometedor.

Personalmente, su última media hora, aparte de denotar una falta de ingenio tremenda, me dio la impresión de estar realizando una visita a un Pasaje del Terror, esas casetas de feria en donde un grupo de comediantes disfrazados asustan a los parroquianos que han pagado su billete de entrada.

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