Con Pequeñas Mentiras Sin Importancia, es la tercera vez que el actor y director Guillaume Canet se coloca tras las cámaras, en esta ocasión para enfrentarse a la más personal de sus películas. Contando con la presencia de actores como el excelente François Cluzet o la cada día más cotizada y estupenda Marion Cotillard (pareja del director en la vida real), Canet habla de la amistad y los sentimientos, enmarcando su historia en una casa de verano, cercana al mar, en donde un grupo de amigos se dispone a pasar sus vacaciones estivales a pesar de que uno de ellos haya sido hospitalizado, en estado grave, tras haber sufrido un aparatoso accidente de motocicleta.
Pequeñas Mentiras Sin Importancia pertenece al mismo grupo de películas corales a las que pertenecen Reencuentro o Los Amigos de Peter. Todas ellas tienen un denominador en común: una reunión de amigos en la que, poco a poco, irán aflorando sentimientos y rencores, aunque no siempre punteados por la sinceridad que se espera de una verdadera amistad. Las relaciones de pareja, el temor a formalizar una relación indefinida, la búsqueda de la identidad sexual, el egoísmo o los recelos, son sólo algunos de los temas que irán asomando a lo largo de su metraje.
A pesar de su claro tono de comedia, la cinta de Canet posee un punto de melodrama y de acidez que la hace aún más interesante. La naturalidad con la que expone y filma los vínculos establecidos entre los miembros del grupo de amigos, hace del todo creíble las tensas vacaciones que están viviendo. Unas vacaciones -llenas de mentiras, reproches y malentendidos- que cada uno de ellos vivirá de un modo distinto. Desde el estrés y la furibundez del personaje de Cluzet al aislamiento depresivo del de Cotillard.
Comidas a pleno sol, cenas a la luz de la luna, excursiones en barco y alguna que otra borrachera. Un poco de todo para una película afable y emotiva que, a pesar de sus dos largas dos horas y media de proyección, se digiere con facilidad. Lástima de esos lacrimógenos, y nada naturales, diez minutos finales. Y es que nadie es perfecto.
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