9.9.10

Fotocopiando en mandarín

En 1984, ocho años después de dirigir Rocky, John G. Avildsen, un artesano valido tanto para un barrido como para un fregado, se encargó de llevar a la pantalla grande Karate Kid, una sencilla aunque efectiva película, de las de superación personal (cosa que le encanta al público yanqui), que narraba la amistad establecida entre un viejo oriental y un joven adolescente. El primero, un genial Pat Morita, ejercía de viejo y peculiar entrenador que se decidía adiestrar en artes marciales al segundo, un chaval acosado por un grupo de muchachos con ganas de ponerlo a caldo. El rol de éste recayó en Ralph Macchio, una incipiente promesa del cine de los 80 que, con la excepción de este film y sus dos (evitables) secuelas, jamás acabó de cuajar del todo pero que, en esa ocasión, cumplió a la perfección con el papel otorgado.

Ahora, y amparada en la producción por el matrimonio de actores compuesto por Will Smith y Jada Pinkett Smitt, se vuelve a recuperar la misma historia bajo idéntico título (The Karate Kid). La cuestión es vender, sea como sea, al pequeño Jaden Smith, el hijo de la parejita, quien ya había debutado, al lado de su padre en el 2006, en En Busca de la Felicidad. Y la verdad es que, entre esa interpretación y la actual, hay un abismo. De la ternura e inocencia que mostró en su primer trabajo, el churumbel, con cuatro años más a cuestas, se ha convertido en un histrión de muchísimo cuidado, lo cual hace que su personaje resulte un tanto irritante para el espectador.

De California, lugar en el que transcurría la cinta original, a la China, concretamente en Beijing. De un chico ítaloamericano formadito a un mocoso afroamericano. Del blanco al negro, sin perder el amarillo. Un cambio de raza y una disminución en la edad. El resto es simplemente lo mismo. Un calco achinado sin la frescura de la primera.

Sin ser lo peor de la propuesta, el pobre de Jackie Chan, por mucho que lo intenta, no se acerca ni de lejos al carisma que le otorgó a su personaje el desaparecido Pat Morita. Éste era el maestro, la máxima autoridad de cara a su alumno, resultando, al mismo tiempo, una figura divertida y entrañable, así como la auténtica clave del film; Chan, en cambio, es una especie de muñecote amargado por el pasado y dominado por las pavadas del pequeño Jaden quien, a toda costa (seguramente hostigado por sus padres reales), ha querido ostentar el protagonismo casi absoluto.


Cuatro chistes sin gracia, un buen número de patadas y hostias, un par de pasajes (forzadamente) emotivos y un mucho de postalita turística china. De la Ciudad Prohibida a la Gran Muralla. Cualquier rincón es válido para entrenarse en el arte del kung-fu. No hay más. No hay que pedirle peras al olmo ni a la fotocopiadora de Will Smith.

Por cierto, el director de la cosa (o sea, el que pulsa el botón de la Xerox) atiende por Harald Zwart, el mismo de la última (y olvidable) Pantera Rosa. Todo un hombre de paja.

Espero y deseo que no se atrevan con el remake de las dos secuelas existentes. Si ya las primeras no hay por dónde pillarlas, éstas podrían ser la gran truñada. Tutatis nos pille confesaos.

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