Un Santiago Segura menos pasado de rosca de lo habitual, y fan confeso del universo de Vázquez, se ha metido en la piel del dibujante, conviertiéndose, sin lugar a dudas, en lo más conseguido y compacto del largometraje. El espíritu crápula y pícaro del padre de las hermanas Gilda queda perfectamente perfilado a través de su interpretación, haciéndonos olvidar incluso a su inmortal Torrente. Y es que entre éste y Vázquez hay un gran abismo. Ambos tienen su parte oscura, aunque Torrente, al contrario que Vázquez, jamás ha dado muestras de su lado humano.
El gran defecto de El Gran Vázquez radica en su falta de cohesión argumental. Su extenso metraje (cercano a las dos horas), sólo gira en torno a un montón de anécdotas sobre el dibujante, olvidándose de una continuidad mínimamente lineal. Sus episodios resultan más o menos graciosos (genial su escena inicial o la excusa reiterativa de la muerte de su padre que utilizaba en el trabajo) y su tratamiento, en general, es similar al de las tiras de los tebeos infantiles de la editorial. La forma de acercarse a sus jefes más directos no desentona, en absoluto, con el modo en que Ibáñez se acercaba al superintendente de Mortadelo y Filemón, detalle éste que queda plasmado en la misma película. Una exageración que, de tan histriónica, le resta fuerza y credibilidad a la historia aunque, al mismo tiempo, potencia el despotismo que se gastaban en la Bruguera con sus trabajadores.
Su inconsistente guión y su pobre (¡pobrísima!) escenografía, no significan impedimento alguno para que el espectador acabe disfrutando con la jeta que le ponía a sus asuntos el amigo Manolo. Su morosidad, sus engaños y su poligamia son temas más que reincidentes en el film. Y por muy exagerados que parezcan, gente próxima al desaparecido Vázquez, dan fe de cuanto se explica en el film.
Una película irregular, aunque cargada de buenas intenciones y ciertamente curiosa para aquellos que, de pequeños, vivimos a tope las aventuras de Anacleto y compañía.
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