Pocas sorpresas alberga en su proyección La Teoría del Todo, biopic sobre Stephen Hawking, uno de los físicos de más renombre de
la actualidad que, anclado desde hace años en una silla de ruedas a causa de una
enfermedad genética y degenerativa, se ha convertido en todo un icono
popular junto al del desaparecido Albert Einstein.
James Marsh, su director, se centra principalmente en
la relación sentimental entre el físico y Jane Wilde, la mujer con la que
contrajo matrimonio y con la que tendría tres hijos. Una relación que se inició
durante sus años de estudiantes en Cambridge. Él era de ciencias, ella de
letras. Fue un amor a primera vista que ni siquiera logró truncar la terrible
enfermedad motoneuronal que le diagnosticaron a un joven Stephen y que no le auguraba
más de un par de años de vida.
Si algo tiene de interesante el film de Marsh es,
ante todo, el buen hacer de sus dos principales protagonistas, Mientras Eddie
Redmayne, en la piel de Stephen Hawking, se relame de forma exquisita en uno de
esos papeles que todo actor querría interpretar, sacando un magnífico provecho
de los impedimentos físicos del científico a base de un duro trabajo actoral
(de los que, no nos engañemos, encandilan a los miembros de la Academia de
Hollywood), ella, Felicity Jones, corre con el papel menos vistoso de la cinta,
el de Jane, la sufrida y compleja esposa del científico y que, en el fondo, es
en la que más se centra el trabajo del director.
En La Teoría del Todo, lo que menos le importa a su
realizador es hablar precisamente de eso, de “la teoría del todo”. Agujeros
negros, formación del universo, galaxias y la relatividad están siempre
presentes en la narración, pero de forma puramente anecdótica. Lo que le va a
James Marsh es la parte más melodramática, el mal rollito que, con el paso del
tiempo, se creó entre el genio y su mujer; un proceso de dependencia igual de
degenerativo que el sufrido físicamente por el propio Hawking y que, sobre todo
para ella, significó el fin del amor que sentía por su marido.
Apunta, sin demasiado hincapié, en el peculiar
sentido del humor del que siempre ha hecho gala el eminente físico pero, sin
embargo, profundiza en exceso en todos aquellos aspectos que puedan resultar
más lacrimógenos para el espectador. Y es que, en realidad, lo que pretende el realizador es hurgar descaradamente en el proceso de destrucción
del matrimonio Hawking, convirtiéndose por ello en un aburrido melodrama más del montón,
aunque con el morboso aliciente de contar con el protagonismo de una figura
popular y físicamente impedida como la del genio.
A parte de las interpretaciones de Redmayne y Jones,
si hay algo que salve de la nada más absoluta a la película es su emotivo apartado final, en
donde una mágica ensoñación, directamente ligada a la relatividad del tiempo, entronca
de forma imaginativa con algunos de los deseos científicos y sentimentales del amigo Hawking. Y
paren de contar.
4 comentarios:
A ti, macho, nada te gusta o te parece mal.
Mal crítico eres o más bien un acomplejado lleno de prejuicios
Venga ya, no hay por donde agarrarte.
Jejejejeje... ¡Cómo me gusta que se piquen estos "anónimos" cobardicas!
Ánimo, Sr. Spa: si algunos anónimos le ladran debe ser porque usted cabalga mejor. Aprovechando la ocasión querría felicitarle por su crónica de "Ciutat morta": en ella se demuestra (según mi modesta opinión) que vd. posee ese corazoncito sensible que algunos le niegan.
Muchas gracias Sr. Larriba. Y no me pongo a sus pies porque ya soy mayor.
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