Nunca Es Demasiado Tarde (irrisorio título español del original Still Life) es un pequeño (pero contundente) film angloitaliano dirigido por el sobrino del renombrado Luchino Visconti, Uberto Pasolini, en el que se muestra el peculiar trabajo diario de John May, un humilde y solitario empleado de una funeraria cuya labor consiste en intentar encontrar a familiares o amigos de aquellos difuntos a los que nadie reclama, al tiempo que esgrime su personal obsesión por organizarles un funeral digno para su despedida.
Orquestada como una delicada joya minimalista (a la
que contribuye, indiscutiblemente, la repetitiva música compuesta por Rachel
Portman, esposa asimismo del director), lo mejor de la cinta recae en la
estupenda y sobria interpretación de su actor principal, un inigualable Eddie
Marsan quien, por fin y tras ejercer de secundario en multitud de largometrajes
y series televisivas (genial su rol de Terry Donovan en la consistente Ray Donovan), ha conseguido un papel protagonista de principio a fin. Nadie como él podría
haber encarnado a ese fiel, metódico y detallista empleado que hace de su
trabajo todo un dogma de vida.
La propuesta, en general, resulta funesta y gris.
Muy gris. La muerte se instala en el patio de butacas como gran tema central.
El último adiós es su aplastante leitmotiv. Y, a la retaguardia, otros asuntos
en nada desdeñables y capaces de incidir en la problemática sociopolítica
actual, como la precariedad laboral o el despido.
Tanto amargor puede desarmar al espectador. Es por
ello que, consciente de tanta enjundia argumental, Uberto Pasolini ha aliñado
algunos de sus pasajes con un sibilino toque de humor sutil y, ante todo,
negro, negrísimo, como esa venganza tan humana (y en forma de meada callejera)
que se toma el amigo John May con su intratable superior.
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