Los problemas de adicción a las drogas de la hija y
el acercamiento forzoso del arisco abuelo (ex alcohólico y drogadicto) hacia su
nieto, formarán parte de un guión sin muchas sorpresas en su haber que, pese a
su cuidada puesta en escena y al meritorio trabajo de sus actores, hacen de
este un correcto film que, sin embargo, deja en el espectador la amarga
sensación de haber visto la misma historia en cantidad de títulos anteriores.
Lenta y previsible, sólo le faltaba la monotonía
pasmosa y tediosa de los temas que interpreta a lo largo de su metraje el cantante
protagonista (un considerable Mikael Persbrandt), una especie de Leonard Cohen
reciclado en danés y aún más broncas que el original.
Una peliculita más, del montón (aunque con
pretensiones), para ver y olvidar tan rápido como canta un gallo. Suerte que, por lo menos, no busca la lagrima fácil, cosa que siempre es de agradecer.
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