Terence Davies, un cineasta respetadísimo por la crítica oficial y “bienpensante”, ya nos machacó de lo lindo a finales de los 80 con un tostón de mucho cuidado, Voces Distantes, una cinta que en su época puso la piel de gallina a los gafapastas de turno. Ahora, conservando aún ciertas reminiscencias rancias de ese título, ataca de nuevo con The Deep Blue Sea, un melodrama de tintes intimistas y ritmo cansino.
Que nadie se lleve a engaño y piense que se trata de una secuela de
esa entretenida película, de idéntico título, en la que un tiburón se zampaba a Samuel L.
Jackson a la primera de cambio. No, que va, nada más lejos de la realidad. Ese era
cine palomitero. Lo del Davies está a las Antípodas. Es cine de autor, de ese
cine que atufa a pedantería supina, del que aburre hasta a las musarañas.
The Deep Blue Sea se centra en un triángulo amoroso en el Londres de
principios de los años 50, en plena postguerra. Allí, una mujer casada con un
juez adinerado y mayor que ella, decide plantarlo e irse a vivir a un
apartamento cochambroso en compañía de un amigo de su marido, un hombre en el
que cree haber encontrado el verdadero amor. A partir de aquí, recurriendo
continuamente a flashbacks, irá mostrando al espectador los convulsos
sentimientos de una mujer que no se siente amada del todo.
Una historia que, en definitiva, ha sido contada una y mil veces de un montón de maneras distintas. Según dicen los “sabios”, la originalidad de este peñazo con toques muy a lo Ingmar Bergman, estriba en el profundo modo de penetrar en los sentimientos de sus personajes, ante todo en los de ella, una Rachel Weisz que se pasa la mayor parte del metraje fumando, con la mirada perdida y oteando el horizonte a través de una ventana de su apartamentucho. A veces llora, otras chilla como posesa y, en ocasiones, chilla de manera estruendosa.
Una película pretenciosa, alarmantemente aburrida, plagada de
crispantes tiempos muertos y alargadísimas y enervantes escenas que sólo sirven
para que Terence Davies haga gala de su petulancia como hombre de
cine, como AUTOR en letras mayúsculas, tal y como sucede en ese irritante y
alargadísimo flashback que transcurre bajo el metro londinense durante un bombardeo; secuencia en
la que el realizador, volviendo al estilo de Voces Distantes, obliga a todos
los allí reunidos a entonar una cancioncilla de lo más amuermante. Y, aviso, esta
no es la única muestra músico-vocal de la función. La cuestión
es castigar a las plateas.
Intentonas de suicidio y amores no correspondidos al ritmo de un
musical con vocación de “cutreintelectualoide”. Vaya, para mesarse los pelos y
no volver a ver nunca más una película de este tipo.
Que bien y descansados se deben quedar aquellos que impunemente
recomiendan a rabiar un tostón como este. Lo que les digo: una especie de culebrón con
ínfulas. Y, además, cantado y bailado. ¡Viva el espectáculo! Búsquense otra propuesta mejor.
5 comentarios:
Señor Spaulding, ¿se puede disfrutar viendo Los Mercenarios 2 y The deep blue sea? A mi me pasa
Abascal: Yo tambien puedo disfrutar, al mismo tiempo, con una película tipo Mercenarios 2 y otra al estilo de la que ahora nos ocupa. Esta es la grandeza del cine... Pero es que, en el caso de The Deep Blue Sea, no puedorrrrr. Es superior a mis fuerzas. Me aburre soberanamente, tanto por su historia (que no me ofrece nada nuevo), como por su ritmo cansino como por la pedantería que mana de algunas de sus escenas (como las cantadas)
Pero Rachel Weisz sale bien guapa, no? Siempre me ha encantado esa mujer...
Guapa, pero más llorona que la Meryl Streep.
Qué a gusto la consolaría yo, amigo Spaulding. Y soy buenísimo consolando a las señoras, qué conste...
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