Jeff Nichols, con Take Shelter, propone una extraña historia, de corte independiente, con la posibilidad de una doble lectura en su argumento. Por una parte, un acercamiento psicológico al cine apocalíptico y, por otra, el retrato del proceso de una degradación psíquica. Y, todo ello, centrado en el personaje de un obrero, casado y con una hija sordomuda pendiente de una operación.
Lo mejor del chocante producto de Nichols se encuentra en las angustiosas pesadillas y alucinaciones de su protagonista, un Michael Shannon excelente quien, con su modélica interpretación y gracias a su peculiar rostro (tan aterrador como enfermizo), moldea a la perfección a su cabizbajo personaje, Curtis, un obrero especializado en perforación de terrenos que, tras empezar a sufrir ciertos cambios en su personalidad, temerá encontrarse en los inicios de una enfermedad mental similar a la que afectó a su propia madre.
Tampoco hay que olvidar la brillantez y serenidad con la que Jessica Chastain desarrolla el rol de Samantha, la esposa de Curtis; una mujer preocupada ante la imposibilidad de comprender los problemas que están cambiando profundamente el carácter de su marido.
El problema de Take Shelter estriba en su lento y cansino ritmo narativo, así como en lo reiterativo que llega a resultar su desarrollo. De hecho, avanza poco a poco, sin ofrecer muchos datos nuevos a los que ya se conocen desde su inicio. Es más, en ciertos aspectos, como en el del empecinamiento de Curtis por reformar su sótano para estar a salvo de huracanes y tormentas, además de repetitivo, resulta incluso totalmente previsible en cuanto a su resolución se refiere. Suerte que, para paliar estas irregularidades, el tal Jeff Nichols se saca de la manga magistrales escenas, casi antológicas, como las de su escalofriante final, escritas con una caligrafía exquisita.
Una cinta claramente deudora de los tiempos que estamos viviendo, de unos tiempos marcados por la inseguridad, la rabia y la impotencia. Francamente desazonadora.
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