El primer Sherlock Holmes de Guy Ritchie sorprendió por el modo inteligente, divertido y modernizador de rescribir al mítico personaje ideado por Arthur Conan Doyle. La película, una comedia acelerada con toques de thriller y dotada de una dirección artística excelente, terminaba abierta a una secuela en la que, casi por obligación, tenía que aparecer el eterno enemigo del detective, el profesor James Moriarty. Sherlock Holmes: Juego de Sombras recupera a ese personaje y obliga a Holmes y a su ayudante el doctor Watson a seguirle las huellas para poner fin a una serie de atentados violentos que están convulsionando el pulso político y social de la Europa del siglo XIX.
De hecho, lo mejor de esta segunda entrega se encuentra en la forma en que un excelente Jared Harris afronta el papel del malvado Moriarty. Aunque su presencia es un tanto vista y no vista, a pesar del escaso tiempo que pasa ante la cámara se come con patatas a Robert Downey Jr. y a Jude Law. El primero, con su exacerbado histrionismo, convierte a Holmes en una indigesta caricatura, mientras que el segundo, aparte de soso, parece estar ausente totalmente de la nimia trama que le rodea. A ellos hay que añadirles las incorporaciones de Noomi Rapace quien, tras su éxito como Lisbeth Salander en la saga Millennium, demuestra estar fuera de órbita en su triste y olvidable rol de la gitana Madam Zimza, y la del poco aprovechado y excesivamente apayasado Stephen Fry dando vida a Microft Holmes, el hermano del detective.
La historia que plantea es mínima, de lo más básico, aunque Guy Ritchie se muestra como un gran especialista a la hora de complicar la propuesta. Por momentos, se enloquece con ese montaje sincopado habitual en su cine que no deja tiempo para asimilar cuanto se ve en escena, tal y como sucede con las imposibles deducciones del investigador, las cuales se convierten en una serie imparable y rocambolesca de imágenes difíciles de cazar al vuelo. Y cuando no, cuando la cosa parece tomar un ritmo más sosegado, apuesta por cargar su metraje (más de dos horas de proyección) con un sinfín de diálogos innecesarios y en extremo discursivos.
Planteada como una cinta más oscura y tenebrosa que su predecesora, es innegable que se muestra hábil con sus bien filmadas escenas de acción. Las hay de todo tipo y en todos los escenarios y, siendo fiel al aire satírico de la primera, intercala sus pinceladas de comedia, sobre todo en lo que hace referencia a la retorcida relación entre Holmes y su “querido” Watson. De todos modos, en esta ocasión, muchos (demasiados) de sus repiques humorísticos caen en el mayor de los ridículos, como sucede durante el cansino e inacabable episodio del tren en donde Robert Downey danza a su bola pintarrajeado y disfrazado de mujer.
Un film deslavazado, adornado con aventuritas varias que intentan darle cuerpo a un producto en el fondo muy básico y del que, a duras penas, se pueden destacar dos o tres escenas. Una de ellas es el vibrante y bien planteado duelo final entre Holmes y Moriarty ante una tabla de ajedrez; enfrentamiento que culmina en uno de los pocos pasajes basados directamente en el desenlace de una de las más controvertidas novelas de Conan Doyle sobre el detective. El resto no es más que un puro artificio para cubrir el expediente. Es de esperar que en próximas secuelas se dejen de tanta paja y vayan directamente al grano.
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