10.11.10

Oliver, el oportunista

El nacimiento de la actual crisis económica le viene como anillo al dedo a Oliver Stone. Siguiendo con su habitual rol de cronista de la historia norteamericana contemporánea, regresa a las calles de Nueva York y centra de nuevo su mirada en Wall Street, la gran cocina mundial en la que se gestan un sinfín de negocios y de oscuros tejemanejes. Wall Street: El Dinero Nunca Duerme recupera a Michael Douglas y a su particularísimo Gordon Gekko, el malévolo personaje que le hiciera ganar el Oscar a mejor actor hace 22 años.

La cinta arranca en el 2001, justo el día en que Gekko sale de prisión tras haber cumplido una larga condena por fraude financiero, blanqueo de dinero y asociación ilícita. Una elipsis narrativa de siete años da un salto hasta el 2008, momento en el cual el ex convicto vuelve a situarse en el ojo del huracán de los círculos financieros por haber publicado un libro que vaticina el desastre económico que está al caer. A nivel personal intentará recuperar a su distante hija contando con la ayuda de su prometido, un joven y prometedor agente de patentes que se mueve como pez en el agua por el hervidero de Wall Street. La historia parece repetirse de nuevo.

Como trasfondo, la verdadera (y única) sustancia de esta entrega: una interesante exposición de los motivos que han conducido al colapso mundial en el que estamos inmersos, perfectamente sintetizados en la mejor escena del film, la del discurso de Gordon Gekko en la aula magna de una universidad. Una escena brillante, tanto por la claridad definitoria como por el dibujo que realiza de un personaje bipolar que, a pesar de su innegable maldad, logra cautivar al espectador.

Michael Douglas está impecable. Sobrio y misterioso, se come de un bocado al resto del casting. A su lado, Shia LaBeaouf y la prometedora Carey Mulligan son meras sombras, al igual que le sucede a Josh Brolin. Douglas es la película y la película es Gekko elevado a la máxima potencia. No hay mucho más.

Un par de guiños curiosos (el móvil prehistórico que se le entrega a Douglas al salir de prisión o el breve cameo de Charlie Sheen recuperando su papel en Wall Street) junto a las (mínimas) presencias de los entrañables Eli Wallach y Frank Langella, se encargan de dar un poco más de cuerpo a un film que, si no fuera por su gran protagonista y unos cuantos detalles más (también mínimos), resultaría un producto ciertamente vacío y en exceso peliculero (¡por Tutatis, como atufa ese final tan a lo Viva la Gente!).

El oportunismo es el mayor de los dones de Oliver Stone: Crisis económica, película que te endilgo.

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