Hace años (ya bastantes) iba contento a cada uno de los estrenos de Woody Allen. Su
personalísimo sello significaba una garantía de originalidad y buen cine: diálogos
brillantes, situaciones interesantes, gags ingeniosos… Desde hace un tiempo
(demasiado), me sucede todo lo contrario. Asisto a cada nueva película del
cineasta con poquísimas esperanzas de encontrarme con algo distinto y
mínimamente atractivo. Su cine se ha encallado, ya no avanza hacia ninguna
parte, tal y como demuestra su último trabajo, A Roma Con Amor. Y es que el hombre
ya ni se esfuerza en cavilar un título menos sobado.
De lo poco positivo en el film es que, en esta ocasión, Allen hace un intento por recuperar el humor surrealista que tanto le caracterizó en los sobresalientes inicios de
su carrera. Pero lo hace sin frescura, sin chispa. Y es que su sentido del
humor ha envejecido tanto o más que él, casi diría que permutándolo por ese
afán de folleto turístico que poseen sus películas desde que optó por filmar, en
plan mercenario, desde la vieja
Europa. Primero fue Londres, luego
Barcelona, París y ahora Roma.
Estructura su cinta al igual que las viejas comedias italianas: a base
de episodios. Cuatro son los que componen su oda romana. Pero, al contrario que
los grandes maestros del cine italiano, no se trata de episodios independientes,
sino que las 4 historias se van mezclando a lo largo del metraje, lo cual le da
al trabajo un aspecto deslabazado y caótico, tanto cronológica como
narrativamente hablando. El único punto de unión entre episodios es la ciudad protagonista. Y
punto pelota.
En uno de ellos (el más pedante de todos, sin lugar a dudas), en el que un joven arquitecto mantiene conversaciones imaginarias con un personaje al que admira, Allen recurre a un truco ya utilizado en la entrañable Sueñosde un Seductor; mientras que en el episodio protagonizado por él mismo y en donde el propietario de una funeraria se transforma en un excelente cantante de ópera mientras se ducha, apuesta por ese toque absurdo que dominaba sus primeras cintas y, ante todo, por el tipo de relatos cortos que caracterizon sus diversos libros. Pero todo ello a medio gas y sin garra, para cubrir el expediente.
En los otros dos episodios, a medio camino entre la comedia de enredos y el surrealismo, un joven recién casado vivirá una corta aunque intensa historia con una prostituta, y un hombre anónimo se convertirá en famoso de la noche a la mañana, siendo acosado por todo tipo de medios de comunicación. El primero protagonizado por Penélope Cruz y el segundo por Roberto Benigni; ambos geniales, perfectos. Suerte ha tenido Woody Allen de contar con ambos profesionales pues, cada uno en su estilo, le han dado algo de vida a un producto estrellado y sin gracia: ella, la Pe, por su desparpajo y frescura (aunque repitiendo un poco su personaje en la nefasta Vicky Cristina Barcelona); él, el Benigni, por su habilidad a la hora de manejar de forma magnífica su histrionismo innato.
No busquen mucho más en A Roma con Amor. El magistral Woody Allen de Delitos y Faltas o Zelig ya se fue. Y es que la obligación de realizar una película por año ya ha dejado de dar sus buenos frutos. Quizás espaciándolas un poquito, todos saldríamos ganando.
5 comentarios:
Mi señora y yo pasamos un rato muy agradable viendo la película. Tiene, como dice, los detalles habituales de sus películas pero en esta ocasión la protagonista es Roma. Una Roma retratada al estilo de las historias costumbristas del cine italiano de los cincuenta. El guardia urbano y el parroquiano de la camisilla (al que le faltaba el plago de espaguetis para rematar el retrato neorrealista) son el presentador y el epiloguista (poco aprovechados) de una película que si no hubiera sido urbanita (como es Allen) hubiera parecido un homenaje a las historias de don Camilo y Pepone. La Pe está bien en su papel porque, reconozcámoslo, es el único registro que se le da bien. Como decía un amigo, la chica tiene los mismos gestos y maneras que en "Jamón, jamón". Una cosa: ¿no les parece a ustedes que los personajes de Eisenberg y Baldwin son el mismo a distintas edades? Que don Alec rememora su juventud de esta forma tan similar y se dice los consejos que le hubiera gustado escuchar, de la misma forma que su yo más joven le echa en cara haber renunciado a los sueños de juventud.
Iba a decir lo mismo que señala el señor Lechero: el personaje de Baldwin no es exactamente un personaje imaginario, sino él mismo en el futuro. Hace constantes referencias a ello para que quede claro (demasiadas, de hecho, para mi gusto); es como aquel cuento de Borges en que se encuentra con su yo más joven en un parque.
La película, efectivamente, muy flojita. Y la historia del mejor de los episodios, el del cantante de ópera de ducha, no es que parta de una idea muy original: ya ha aparecido hasta en los Picapiedra...
Bueno, señor Spaulding, pero las niñas salen monas, o no?
Las chicas, sí, salen monas, don Crítico... todas... excepto la Ornella Muti, que da un pelín de grima verla hoy en día.
La verdad es que la Mutti está un poco taruga, la verdad, pero es que los años no pasan en balde.
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