21.5.17

La secuela de la precuela: si cuela, cuela


Cinco años después de la precuela de Alien, el octavo pasajero que supuso la fallida Prometheus, Ridley Scott sigue empeñado en explotar, al precio que sea, la franquicia de su popular alienígena y nos presenta Alien: Covenant; o sea, la secuela de la precuela.

El punto de partida transcurre años después del final de Prometheus, cuando una nave, la Covenant -cargada de un numeroso grupo de pasajeros dormidos con la intención de colonizar un nuevo planeta-, empieza a tener problemas técnicos y se ve obligada a aterrizar en otro inhóspito aunque habitable planeta. Su tripulación, que acaba de perder a su capitán debido un accidente, deberá explorar el mundo recién descubierto y, en su rastreo, descubrirán que en él habitan unos seres ciertamente muy peculiares y violentos.


Hasta aquí todo correcto. Ridley Scott demuestra que sabe crear tensión: las atmósferas tensas, como ya demostró en el título original de la saga, le van como anillo al dedo. Y, para ello, no deja de jugar con las habituales piezas de ajedrez a las que nos tiene acostumbrados: permuta a la vigorosa Ripley por una viuda desconsolada que atiende por Daniels (una cargante y llorona Katherine Waterston que nos hace echar de menos a la más visceral Sigourney Weaver), sigue utilizando a su usual grupo de secundarios dispuestos a ser sacrificados a la mínima de cambio y, cómo no, aún conserva al sempiterno autómata de turno, rol que recae nuevamente en Michael Fassbender quien incluso, en esta ocasión, desdobla su personaje para el sufrimiento de aquellos (como quien esto escribe) que nunca han soportado la arrogancia de este (para mí) sobrevaloradísimo actor.


Alien: Covenant peca de estar alargada hasta extremos agotadores. Dos largas horas para contar más de lo de siempre, aunque con ciertos apuntes (un tanto vagos) sobre el sentido de la vida y mutaciones diversas. A pesar de lo apabullante que resulta visualmente hablando, su exceso de divagaciones filosóficas de baratillo lo único que logran es aburrir soberanamente al espectador al cual, para despertarlo de su letargo, le tiene preparadas un par de escenas ciertamente encomiables, tensas y dotadas de un ritmo envidiable, que tan sólo por ellas mismas vale la pena enfrentarse a esta nueva entrega. La primera (y mejor de ellas) se localiza en el encuentro inicial de los tripulantes de la Covenant con los alienígenas y, por supuesto, en el esperado (aunque algo desmadrado) festival final para acabar con la vida del más todopoderoso de los aliens.


Y, lo peor del invento es que, cuando termina, aún parece no empalmar con el Alien original, por lo que me temo una nueva secuela de las dos precuelas. ¡Qué astuto y negociante es el amigo Ridley Scott!

2 comentarios:

El Señor Lechero dijo...

Pues agárrese los machos, maese Spaulding, porque Ridley Scott ha hablado de "trilogía".

Y usted, micer Caligae, coja la pala, que se nos ha muerto Roger Moore.

Spaulding dijo...

Ya estaba muy mayorcillo, pobre Moore.