Desde que en 1985 nos obsequiara con la muy desfachatada
y negra Jo, ¡Qué Noche! (patético título español de After Hours), Martin
Scorsese no había vuelto ha vuelto a pisar el terreno de la comedia, a
excepción de algunos ramalazos de la misma en la muy delicada e imponente LaInvención de Hugo. Con su nuevo film, El Lobo de Wall Street, el director neoyorquino
regresa de nuevo al género.
El Lobo de Wall Street se acerca, de forma satírica
y un tanto alocada, a la vida de Jordan Belfort, un cínico de muchísimo cuidado
que labró su propia fortuna a costa de los demás. Un tipo que tenía muy claras sus
intenciones en esta vida: hacer dinero, mucho dinero, aunque para ello tuviera
que recurrir a estrategias muy poco éticas y en nada legales. Antes de los 20,
empezó a trabajar como bróker en Wall Street y, a los pocos años, montaba su
propia empresa bursátil, la Stratton Oakmont, en compañía de un socio tanto o
más descerebrado que él, Donnie Azoff.
La cinta, ambientada a finales de los años 80, más
que una disección del funcionamiento económico de la sociedad actual, se
centra, ante todo, en los desmanes y excesos del tal Belfort, un joven sin
escrúpulos que dilapidaba gran parte de sus millonarias ganancias (aparte de en
grandes mansiones, yates y helicópteros) en pagarse sus propios vicios: drogas
de todo tipo y colores, alcohol y mujeres; adicciones, todas ellas, tratadas desde un
prisma absolutamente gamberro y que, en la vida real, fueron dejando al
descubierto, ante los ojos de la ley, los sucios tejemanejes de él y su socio.
Scorsese, a sabiendas de que la mayoría de
espectadores son pocos duchos en materia económica, deja a un lado temas
que podrían resultar farragosos y complicados y, aunque esbozándolos siempre
levemente para demostrar la poco fiabilidad de sus protagonistas, apunta
directamente a enseñar la irreflexiva existencia de un tipo que iba de sobrado
(¡y muy colocado!) por la vida.
Su humor es de lo más incivil, por momentos hasta
delirante, consiguiendo, con ello, pasajes de absoluta (aunque cáustica) jocosidad,
como la escena del colocón a base de pastillas que deja a Jordan y a Donnie
totalmente descompuestos en pleno acoso por parte del FBI, o la que la mujer de Jordan, ante la hija pequeña de ambos, intenta castigarle negándole el sexo por sus excesos extramatrimoniales.
Leonardo DiCaprio -que ya había flirteado anteriormente
con la comedia en Atrápame Si Puedes-, en la piel del convulsivo Jordan
Belfort, demuestra sus grandes dotes cómicas y, tanto por su magnífica interpretación
como por su continua presencia en pantalla, acaba por convertirse casi casi en
el amo y señor de la película. Y digo “casi casi” porque su segundo de abordo,
un impresionante Jonah Hill, está que se sale en el papel de su (igualmente
descontrolado) socio y amigo Donnie, otro tarambana al que los narcóticos le
van más que a un tonto un caramelo.
Gracias a su ritmo trepidante, la tres horas de
metraje pasan en un abrir y cerrar de ojos. Scorsese está en estado de gracia. Se
acerca al mundo del feroz capitalismo actual con la escopeta cargada y, sin
aburrir al personal con detalles técnicos, nos deja bien claro que los crápulas
que se están metiendo nuestro dinero en sus bolsillos son unos hijos de puta de
muchísimo cuidado. Y lo hace de forma divertida, sin comidas de coco, sin desdeñar alguna que otra incursión melodramática (la tensa discusión matrimonial) y, al mismo tiempo, presentándonos una fauna ciertamente demoledora. Y es que, alrededor de Jordan
y Donnie, pululan un montón de personajes a cual más peculiar y sospechoso. No
se la pierdan.
3 comentarios:
Maravillosa
Buena pelicula, pero muy larga.. no me parece un peliculon.
Hombre, eso de que los espectadores de las pelis de Scorsese no son muy duchos en economía es mucho suponer. Si fueran las de las pelis de Scary movie, todavía... Precisamente ese tufillo de mirar por encima del hombro al espectador es lo más irritante de una peli antipática y que también va de sobrada y que no termina nunca. Casi prefiero "La gran estafa americana", que tampoco es nada del otro jueves. En el reino de los ciegos...
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